ASHTON GARDNER
Después de una larga charla con Erick acerca de que jamás se debe ir con extraños, nos sentamos a cenar, no quisimos decirle lo peligroso que era Marcus para no asustarlo, pero sí le dejamos en claro que jamás se debe ir con extraños.
La cena fue tranquila. O al menos eso intentamos. Erick se comió su pasta con albóndigas mientras nos contaba cómo Marcus le había comprado helado y le había dicho que tenía muchas fotos de su mamá.
Liss apenas podía sonreír. Yo no pude, cada vez que escuchaba el nombre de ese bastardo en los labios de mi hijo se me revolvía el estómago.
Después, lo llevamos de la mano a su habitación. Ya no corría como siempre. Lo noté preocupado. Miraba por encima del hombro. Una parde de él sabía que lo que pasó hoy fue muy peligroso.
—¿Te lavo los dientes, campeón? —pregunté con voz baja.
—No, papi… yo puedo —dijo él, y me partió el alma de orgullo.
Cuando volvió del baño, Liss ya le tenía el pijama listo sobre la cama.
Él se subió, se metió bajo las