Seguía apoyada sobre su pecho, envuelta en ese aroma que ya se me había quedado pegado en la piel. No sabía si habían pasado minutos o segundos desde que me pidió que no me moviera. Pero ahí estaba yo… obedeciendo, como si su voz tuviera poder sobre mis huesos.
Él acariciaba distraídamente mi espalda con la yema de sus dedos. No era un roce sexual. No era un gesto calculado.
Era peor.
Era cariñoso.
—¿Dormiste bien? —preguntó con esa voz ronca y baja que me hacía hervir por dentro.
Asentí, sin poder mirarlo directamente.
—No me sueles obedecer tan fácil —añadió, con una nota de humor que me sacó una sonrisa nerviosa.
—Solo… fue instinto —murmuré, como excusándome.
—Mejor. Es hora de que empieces a confiar en tus instintos, Lissandra.
No supe qué quiso decir con eso, pero no tuve tiempo de pensarlo mucho porque la puerta se abrió de golpe.
—¡¡MAMII!! —la vocecita de Erick cortó el momento como un rayo de sol que atraviesa una tormenta.
Ash me soltó en el acto, pero yo aún estaba demasi