Me quedé allí, de pie en medio de la habitación, mientras él cerraba la puerta detrás de mí. El leve clic del seguro fue como un disparo en mi pecho.
El silencio se volvió espeso. Solo se oía el tic-tac del reloj sobre la cómoda y el leve zumbido del aire acondicionado. Todo estaba perfectamente ordenado. Demasiado perfecto.
Ash caminó hacia el vestidor sin decir palabra. Se quitó la chaqueta, luego la corbata. Desabrochó los primeros botones de su camisa negra mientras yo seguía allí, inmóvil, como una estatua mal colocada en una galería de lujo.
—Puedes usar el baño primero —dijo, sin mirarme.
Tomé mi pijama de algodón, uno simple y cómodo. Nada de encajes. Nada de transparencias. No era para seducir. Era para sobrevivir.
Entré al baño y me lavé el rostro con manos temblorosas. Me miré al espejo. ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Cómo llegué a esto?
Cuando salí, Ash ya estaba de pie junto a la cama. Solo llevaba un pantalón de pijama gris oscuro. Su pecho desnudo parecía esculpido en piedr