OLIVER DRAKE
En mi pantalla, la rosa negra apareció de pronto.
No como código.
Como imagen. Ella la había enviado.
Una flor negra en medio del sistema, como si dijera: “Te veo.”
No pude evitar reír.
—Oh, estás jugando. Perfecto, Rosa… juguemos.
Y mientras ambos tecleábamos en habitaciones separadas, ocultos por kilómetros de cables y servidores, la lucha se volvía más interesante. Le enviaba trampas, y ella las desactivaba. Yo intentaba abrir una puerta, y ella me la cerraba. Así, nos medíamos como iguales… hasta que cayó en una de mis trampas.
—¡¡¡SÍII!!! Te tengo, Rosita.
Estaba eufórico, pero no duró mucho. Salió de mi trampa en segundos. Seguí tecleando. Le lanzaría otra, esta vez con una retrotraza. Quizás, si tenía suerte, podría espiar por su cámara web y ver quién era la que estaba detrás del otro computador. Verle la cara a la Rosa Negra… sería el premio mayor.
ROSA NEGRA
Mis dedos bailaban sobre el teclado como si fueran una extensión de mi mente. Estaba en un ciber de mala