OLIVIA DRAKE
—Ethan, ¿por qué no vamos a tu casa como siempre? ¿Por qué este departamento? —pregunté mientras subíamos en el ascensor. El lugar estaba vacío, nuevo, elegante. Frío.
No se parecía nada a él.
—Porque este lo reservo para cuando necesito privacidad —respondió sin mirarme.
Se quedó de espaldas a mí, los hombros tensos, la mandíbula apretada. No era el Ethan de siempre. No había bromas, ni sonrisas. Solo… tormenta contenida.
Cuando llegamos, abrió la puerta sin decir palabra y la cerró tras de mí con un clic firme que me erizó la piel.
—Ethan… ¿estás bien?
Se dio la vuelta y su mirada me atravesó.
Era otra persona.
—¿Te divertiste? —preguntó con voz grave.
—¿Qué?
—En el bar. Gritando. Bailando. Mientras hombres medio desnudos se restregaban con tu grupo de amigas.
—¡No hice nada! Fue solo un juego. Camila, Tiff, Liss… ¡ni siquiera me bailaron a mí!
—Pero estabas ahí —interrumpió, acercándose. Su cuerpo irradiaba calor, poder.
—Estabas ahí. Sonriendo. Dejando que ese policía