Dímelo Ash
LISSANDRA

La habitación estaba en penumbra. Solo la lámpara del rincón iluminaba tenuemente la silueta de Ash, sentado al borde de la cama.

Eran casi las dos de la madrugada. Erick dormía como un angelito en su habitación, y yo había despertado por la ausencia de mi esposo, abrí los ojos y lo encontré ahí. Inmóvil. Con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida.

No hacía falta ser vidente para notar la tensión en sus hombros.

Me acerqué sin decir nada, con un pequeño babydoll cubriendo mi cuerpo. Me puse de rodillas y me coloqué detrás de él, sin tocarlo aún. Solo observándolo.

—Ash… —susurré. Nada.

Deslicé mis manos por sus hombros, lentamente.

Estaban duros como piedra. Fríos. Cargados.

Empecé a masajear con suavidad, con ese ritmo que ya sabía que lo calmaba. Besé su cuello primero. Luego el borde de su hombro.

Lo sentí respirar más profundo… pero seguía callado.

—¿Qué pasa, amor? —pregunté con dulzura, pegando mi pecho a su espalda—. Estás tenso. Te siento muy lejos.

É
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