OLIVIA
Tiré el fierro en el primer basurero que encontré al doblar la esquina, con el corazón latiéndome en la garganta. No por miedo. Sino por ese maldito idiota que me había mirado como si yo fuera una heroína salida de una tonta novela romántica.
—Princeso —susurré riendo para mí misma—. ¿Quién demonios dice eso en medio de una pelea?
Ethan. Se llamaba Ethan.
Y sí, admito que tenía una sonrisa que podría desarmar a cualquiera… cualquiera menos a mí, claro. Porque si algo me prometí después de salir con tres idiotas seguidos fue no caer por más sonrisas brillantes y ojos de corderito perdido.
Pero ese… ese tenía algo. Y eso me daba rabia.
Caminé hasta mi departamento, un pequeño espacio en la cuarta planta de un edificio antiguo, con paredes descascaradas, pero alma propia. Había llegado hace 2 semanas a la ciudad, si mi hermano mayor lo sabía, y sabía que no había ido directo a su departamento, estoy segura que me colgará de un pies. Apenas abrí la puerta, encontré a mi mejor amiga