Ashton Gardner
Abrí la puerta sin tocar. No tenía ganas de formalidades ni permisos.
Eydan estaba sentado en uno de los sillones de cuero negro de la sala del fondo, fingiendo leer un libro que llevaba cerrado al menos veinte minutos. Su celular, bloqueado con reconocimiento facial, descansaba sobre la mesa. Su whisky, intacto. Y su cara... como si nada.
—Mira quién llegó —murmuró sin levantar la vista—. ¿No tenías una esposa que cuidar?
No respondí. Caminé lento hacia él, mis pasos firmes sobre el suelo de mármol. Cada centímetro de mi cuerpo hervía por dentro, pero por fuera... era hielo. Siempre lo fui.
Saqué el sobre de mi chaqueta y lo dejé caer sobre la mesa. Las fotos impresas cayeron con un leve susurro, como nieve en medio de un incendio.
Pantallazos. Capturas de video. Rostros congelados en traición.
Él alzó una ceja, sin apurarse. Tomó una de las imágenes con dos dedos y la observó como si le diera igual. Como si no acabara de quedar expuesto.
—Vaya… —sonrió, esa sonrisa la