Hicieron el camino en silencio. En varias oportunidades Hatsú tuvo que tomar el control de la motocicleta pues, sentía que Karan perdía el equilibrio a punto de desmayarse.
Cuando llegaron al pueblo, Hatsú los condujo entre el callejón que separaba la casa de los Belrose de la vivienda vecina. Ella descendió primero de la motocicleta y luego ayudó al cazador, quien no era capaz de hacerlo solo.
Karan se recostó de la paredilla, su rostro lucía una palidez alarmante. Hatsú observó cómo, a través de la mano que sostenía su herida en el abdomen, continuaba fluyendo la sangre.
—Necesito ayuda —le suplicó él en un hilo de voz—. No te preocupes, no revelaré tu ubicación si me ayudas.
Ella lo miró con duda. Las cosas se habían convertido en un desastre. Quería que se fuera, pero no podía dejar que se desangrara y si no lo ayudaba pronto eso sería lo que ocurriría.
—Necesitas ir a un hospital, estás muy pálido, has sangrado mucho.
—No —dijo Karan con voz titubeante—. Si me llevas a un hospit