Amaya, sentada en uno de los bancos de piedra del jardín interior tenía los audífonos de su Ipod puestos. No dejaba de pensar en los últimos sucesos de su vida y en como la habían trastornado.
Inconscientemente, se llevó los dedos al cuello y sintió los dos finos puntos, casi imperceptibles, donde Ryu la mordió. A toda costa tendría que evitar que notaran la marca, si alguien la veía estaba perdida.
Se hallaba tan concentrada en sus pensamientos que no advirtió a Tiago sentarse a su lado.
—Te estaba buscando. Escuché lo que pasó. —Tiago pareció dudar antes de continuar—, dicen que el príncipe nuevamente te perdonó la vida.
Amaya fijó en él una mirada de terror. En un susurro le dijo:
—Sucedió más que eso.
—¿Qué pasó?
Lentamente, bajó el cuello alto de su suéter negro. Las dos finas marcas blanquecinas quedaron al descubierto en su piel. Tiago se tapó la boca para no gritar.
—¡Si se enteran te exiliarán!
—Lo sé —dijo ella cubriendo rápidamente su cuello—. Creo que es lo que es