La música llenaba el ecléctico salón envolviéndolo en una atmósfera trepidante. Cuando Amaya entró, pensó que aquella parecía la fiesta de agasajo de un grupo de jóvenes herederos, caprichosos y despreocupados. Ese ambiente la hacía sentir fuera de lugar.
Los sirvientes se movían con discreción entre el mar de cuerpos enmascarados, esbeltos y hermosos. Ofrecían exóticos canapés y bebidas de colores brillantes en vasos de fino cristal y por supuesto, también bandejas con copas llenas de sangre.
Risas alegres y desenfadadas, así como charlas frívolas pululaban por doquier. A pesar de los antifaces, Amaya sentía los ojos de los presentes clavados en ella. Ignoró la sensación de sentirse parte de los aperitivos de la fiesta y se concentró en hallar una oportunidad para escapar. Sus ojos azules se desplazaron, críticos, por todo el salón, buscando la mínima oportunidad. En la puerta de entrada había un solo vampiro, quien recibía a los invitados. Era raro que una celebración como esa con