Afuera, la fría oscuridad nocturna daba cuenta de la llegada de Karan y Adriana. Cautos, los cazadores detuvieron el Audi negro lejos de la edificación para no llamar la atención, luego se encaminaron al portón electrónico.
Adriana miró la fortaleza ante ella y la zozobra se apoderó de su espíritu. Se meterían a la boca del lobo.
Frente al complejo, había una larga fila de autos de lujo aparcados y otros esperando para ser ubicados mientras sus glamurosos ocupantes descendían de los vehículos.
Los cazadores, ataviados con antifaces, entregaron las invitaciones al vampiro en la puerta y este los dejó pasar. No hubo requisa. No notaron las espadas de plata y estrancio pegadas a sus cuerpos bajo los elegantes trajes.
A Karan la facilidad de todo aquello le daba mala espina. «Debo estar en guardia» se dijo así mismo. Mientras subían las escaleras de mármol blanco resplandeciente, sentían la música cada vez más cerca y sus corazones latir desbocados.
Entraron en el elegante salón de