La noche del día siguiente Amaya se encontraba frente a la cama envuelta en una toalla. Observaba, perpleja, el generoso escote en la espalda del vestido rosa pálido de encaje y seda que Ryu le había enviado con la criada Carmín, y el cual debía usar durante la fiesta.
No sabía qué sentir, a cada instante estaba más confundida. El vestido le causaba repulsión. Nunca antes usó una prenda ni remotamente parecida. Nunca prestó atención a su imagen corporal. Siempre se dedicó a descartar todo aquello que hiciera resaltar su belleza para que no la subestimaran como guerrera y ese vestido solo la haría lucir como una hermosa e indefensa mujer, justo la imagen que siempre odió proyectar.
Y ni hablar de los zapatos plateados de tacón alto.
Pero ahora mismo, veía el vestido y a pesar de la aversión que sentía, también lo encontraba hermoso. Le parecían deslumbrantes los zapatos y la perspectiva de que ella luciera atractiva en la fiesta la tentaba, aunque no entendía el porqué. Era absurdo