Nevan
Mi alelamiento era tal que me quedé quieto, con la mente en blanco, tratando de asimilar las palabras y reclamos de Zebastiel.
—¡Detente! —la voz de mamá sonó como un trueno, autoritaria y potente.
—¡Déjeme darle un escarmiento! —gritó Zebastiel, y fue cuando noté que se quedó paralizado y con el puño extendido.
Ese maldito iba a golpearme.
Despabilé y me tiré de la cama. Al instante, las plantas de mis pies recibieron el frío del piso pulido y mis piernas flaquearon, pues todavía estaba un poco débil.
—¿Me atacaste, imbécil? —le reclamé, ofendido—. ¡¿Qué clase de amigo hace eso?!
Zebastiel cayó en la cama, lo que me dio a entender que mamá dejó de usar su habilidad para detenerlo.
De un salto llegó hasta mí, y su dedo acusador me apuntaba mientras sus ojos brillaban de pura ira.
—¡¿¡Eso te pregunto yo!?! —me respondió—. ¡¿Qué clase de amigo se aprovecha de la hermanita del otro?!
¿Qué?
¿Aprovecharme?
—¡No te pases, Zebastiel! —estallé con furia. Estaba tan ofendido que solo que