Nevan
Para cuando regresamos a Luna Roja, ya era de noche. Tanto Nivi como Kaia dormían plácidamente, pues el viaje por carretera fue largo.
Me quedé observando el bello rostro de mi solecito. Lucía tan en paz.
—¿Cómo puedes verte tan hermosa incluso dormida? —pensé en voz alta.
Tuve la tentación de acariciarle las mejillas o darle un beso, pero me contuve. Lo menos que deseaba era asustarla con mi impulso.
«Es un buen momento para enfrentar», me dijo mi lobo, cambiando el ambiente por uno oscuro.
¡Qué impulsivo! Quería hablar con mamá primero.
Solté un largo suspiro. Había pasado tanto en tan solo tres días.
—Kaia... —susurré, y le topé en el hombro para despertarla.
Ella parpadeó varias veces, bostezó y miró a su alrededor, medio embobada.
—¿Ya llegamos? —preguntó, un poco desorbitada.
—Sí, ya los guardias nos dieron pase. Estamos frente a la casa —le respondí.
Le tomó unos minutos despertar por completo.
El silencio fue roto por golpes en la ventana, que la espantaron.
—Es el alfa