Zebela
Las gotas tibias sobre mi piel eran reconfortantes y aliviaban la sensación de suciedad en mi cuerpo, aunque no podía decir lo mismo de mi interior.
Estaba devastada, y la incertidumbre me tenía a punto de perder el vestigio de cordura que me quedaba. Era tan injusto que Roan se saliera con la suya, que no hubiera escapatoria para mí. Era como si todos mis temores y pesadillas se hubieran hecho realidad.
Lo odiaba.
Él era ese monstruo que me esclavizaba y destruía todo lo que era valioso para mí. Desgraciado, maldito infeliz. Si le había hecho daño a Bastian, le haría pagar con creces su crimen.
Tras vestirme, salí de la habitación y me dirigí a la cocina, pues no me interesaba compartir la mesa con Roan.
—¿Qué hace aquí? —interpeló Lidia con reproche—. El alfa la está esperando en el comedor.
La ignoré y me senté frente a la mesa.
—Prepárame una ensalada con fruta —le ordené a otra criada, quien obedeció mi pedido tras unos segundos de cavilación.
—¿No me está escuchando? —ins