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Samuel se acercó a Luciana con paso firme, su rostro marcado por la furia contenida que ya no podía esconder.Sus ojos, usualmente calmados, ahora ardían con una intensidad peligrosa.Al llegar a su lado, le tomó el brazo con fuerza, sin soltarla, y la miró directamente a los ojos, casi desbordando su rabia.—¡Luciana! —Su voz salió cortante, como un grito contenido—. ¡¿Qué estás haciendo?! Tu prometido, soy yo. ¿Me estás rechazando de esta manera?Luciana, con un gesto que reflejaba más sorpresa que miedo, se soltó rápidamente del agarre, como si lo que sucediera entre ellos no tuviera sentido alguno.La confusión se reflejaba en su rostro, como si de pronto el mundo estuviera fuera de lugar.—¡¿Tú?! —exclamó, y su voz resonó en el aire, vibrante de incredulidad—. No... no, yo... ¿Quién eres tú?La mirada de Samuel se congeló, los ojos abiertos de par en par, buscando algo en sus palabras que le diera sentido. Pero no, no había nada. La cara de Luciana mostraba un desconcierto que le
—¡¿Qué significa esto, Octavio?! ¿Acaso no sabes que Luciana va a casarse con otro? —tronó la voz de su padre, cargada de enojo y desilusión, cortando el aire como un látigo.Luciana sintió que el piso temblaba bajo sus pies. Su respiración se volvió errática.Miró a Octavio, buscándolo con los ojos, como si necesitara que él la salvara del caos que acababa de desatarse. Pero la realidad no era tan simple. La confusión y el miedo se apoderaron de su pecho como un torbellino.“Octavio me ama... lo sé. Pero en el pasado... él me dejó por otra, yo lo vi en la universidad. Éramos tan jóvenes, y decidimos terminar, sí, pero yo pensé... pensé que él me esperaría, que su amor por mí sería más fuerte. Me equivoqué. Por despecho, acepté a Samuel. Quería olvidar. Quería vengarme. Y terminé traicionada. Todo este tiempo creí que él fue quien rompió el pacto, pero ahora lo sé... Octavio fue quien realmente me amó. Siempre fue él. Y si hay una oportunidad de recuperarlo, voy a luchar por su amor. C
—¡Abuela, Deisy se está muriendo! —gritó Samuel, con los ojos inyectados de desesperación—. Lo hice por ella… solo quería cumplir su última voluntad. Después pensaba casarme con Luciana…Freya lo miró como si estuviera frente a un desconocido. De arriba abajo, con esa mirada cargada de decepción que podía reducir a cualquier hombre al polvo.—¿Te escuchas, Samuel? —espetó, con voz temblorosa pero firme—. ¿Querías mantener a Luciana como amante mientras esperabas la muerte de Deisy? ¡Por Dios! ¿Qué clase de hombre eres? ¡No tienes derecho a decir que amas a Luciana! Y si ella te ha olvidado, me alegro… Lo digo con el alma: estoy de acuerdo en que se case con Octavio. Al final, quienes empiezan juntos deben terminar juntos.Un silencio incómodo se expandió como una nube densa en la sala. Todos contenían la respiración, como si lo que acababan de escuchar fuera tan brutal que nadie supiera cómo continuar.—Madre, por favor, no seas tan dura —intervino Tamia, su voz temblaba de impotencia—
—¡Luciana, tú eres mía! ¡No puedes olvidarme, te lo prohíbo! —gritó Samuel, irrumpiendo como una tormenta en la habitación, con los ojos rojos de desesperación y la voz temblorosa por la ansiedad.Luciana lo miró. Y en un instante, como una ráfaga cruel, lo recordó todo.Recordó los días en que planeaba su boda, cuando entre sonrisas buscaba su vestido de novia… mientras él, sin el menor remordimiento, se casaba con otra mujer. ¿Por compasión? ¿Por lástima? Tal vez.Pero eso no era amor. Y ella no pensaba explicarle nada. No iba a permitirle lastimarla más.Sin decir una palabra, levantó la mano y lo abofeteó con fuerza.El golpe resonó en la habitación como un trueno.Samuel llevó la mano a su mejilla, atónito. Fue como si despertara por primera vez del sueño egoísta en el que vivía. Se quedó paralizado, tocando el lugar del golpe, con los ojos empañados.—Luciana… ¿Estás enojada? Escúchame, por favor. Solo me casé con Deisy por lástima. ¡Pero a quien amo es a ti!—¿Qué dijiste, Samue
Paulina sonrió con una tristeza en los ojos que Octavio no supo cómo interpretar del todo.Había algo de añoranza en su expresión, algo que le hizo presagiar que aquella conversación abriría heridas antiguas.—Ella también, aunque lo oculte, seguía sintiendo algo por ti —dijo Paulina con firmeza—. Si no hubiese sido por Lysandra, tal vez las cosas habrían sido diferentes entre ustedes dos.Octavio frunció el ceño al escuchar aquel nombre.—¿Lysandra? ¿Mi colega de estudios? ¿Qué tiene que ver ella en esto? ¿Cómo la conoces tú?Paulina cruzó los brazos, su expresión ahora era más dura, decidida a no retroceder.—¿Aún lo negarás? Años atrás, cuando Luciana pensó que tal vez había una oportunidad contigo, decidimos ir a visitarte a Londres. ¿Recuerdas? Llegamos sin avisar... y allí estaba esa mujer, Lysandra. En tu departamento. Desnuda. Caminando como si fuera la dueña del lugar. Luciana se quedó helada, no dijo nada a ti, pero se rompió por dentro. ¿Por qué lo ocultaste? ¿Por qué le dis
Deisy se aferró al cuerpo de Samuel como si su vida dependiera de ello.Sus brazos temblorosos lo envolvieron con desesperación, hundiendo el rostro en su pecho mientras los sollozos le sacudían el cuerpo entero.—¡No me dejes, por favor, Sam! —gimió entre lágrimas—. ¡Voy a morir, no me dejes sola!Samuel sintió un nudo formarse en su garganta.Sus manos quedaron suspendidas en el aire, sin saber si corresponder al abrazo o alejarse de ella de una vez por todas. El corazón le latía con fuerza, no por compasión, sino por miedo.Miedo a la culpa, a la lástima, y sobre todo, a perder a Luciana.Pero el rostro de Luciana vino a su mente como un rayo. Sus ojos, su voz, su risa.Pensar en verla en brazos de Octavio Darson era peor que cualquier castigo, era como aceptar una derrota humillante. No, él no podía permitirse perderla.—Deisy… —dijo al fin, separándola con suavidad, pero con firmeza—. Yo de verdad quiero ayudarte, lo sabes. Pero nunca fue mi intención perder a Luciana. Tú lo sabes
—¡Luciana, yo soy tu prometido! —exclamó Samuel, con la voz rota entre la desesperación y la furia.Luciana lo miró con los ojos fríos, endurecidos por la confusión, el miedo y el dolor reciente.Se apartó de él con un movimiento brusco, como si su cercanía le quemara la piel.—¡No te recuerdo! No sé quién eres —espetó con firmeza—. Y me golpeaste… así que, para mí, solo eres un cobarde más.Las palabras fueron un puñal que se clavó sin piedad en el pecho de Samuel.Su mirada cambió de súplica a furia. Le apretó el brazo con fuerza, lo suficiente para dejarle una marca, y frunció el ceño con rabia contenida.—¿Vas a seguir fingiendo esa maldita amnesia?—No estoy fingiendo nada —le escupió con desprecio—. Ya te olvidé. Para mí, no eres más que un extraño.Samuel retrocedió apenas un paso.Sus ojos brillaron con una mezcla de rabia y desesperanza.No podía perderla. No otra vez.—Bien —murmuró con los dientes apretados—. Si quieres jugar a eso, atente a las consecuencias.Luciana sintió
Luciana corría desesperada por el camino solitario, sus pies apenas tocaban el suelo mientras su corazón palpitaba con fuerza, como si quisiera salirle del pecho.El viento le azotaba el rostro, las lágrimas caían sin control.Todo dolía. Su cuerpo, su alma, su cabeza. Sentía que se desvanecía en un mundo que no entendía, donde la amenaza de Samuel la seguía como una sombra cruel.De pronto, en la distancia, unas luces blancas rompieron la oscuridad.Un auto.Luciana se detuvo en seco, sus piernas temblaban. Elevó la mirada, con la esperanza colgada de un hilo.Pensó en pedir ayuda, gritar, correr hacia el auto… pero todo eso se esfumó cuando lo vio.Él bajó del coche, su silueta recortada por las luces traseras. Y entonces, su voz rasgó el silencio.—¡Luciana!Era Octavio.Sin pensarlo, Luciana corrió hacia él y se lanzó a sus brazos como si acabara de encontrar tierra firme después de naufragar en el mar más oscuro y cruel.Lo abrazó con fuerza, con desesperación, como si temiera qu