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—¡Luciana, tú eres mía! ¡No puedes olvidarme, te lo prohíbo! —gritó Samuel, irrumpiendo como una tormenta en la habitación, con los ojos rojos de desesperación y la voz temblorosa por la ansiedad.Luciana lo miró. Y en un instante, como una ráfaga cruel, lo recordó todo.Recordó los días en que planeaba su boda, cuando entre sonrisas buscaba su vestido de novia… mientras él, sin el menor remordimiento, se casaba con otra mujer. ¿Por compasión? ¿Por lástima? Tal vez.Pero eso no era amor. Y ella no pensaba explicarle nada. No iba a permitirle lastimarla más.Sin decir una palabra, levantó la mano y lo abofeteó con fuerza.El golpe resonó en la habitación como un trueno.Samuel llevó la mano a su mejilla, atónito. Fue como si despertara por primera vez del sueño egoísta en el que vivía. Se quedó paralizado, tocando el lugar del golpe, con los ojos empañados.—Luciana… ¿Estás enojada? Escúchame, por favor. Solo me casé con Deisy por lástima. ¡Pero a quien amo es a ti!—¿Qué dijiste, Samue
Paulina sonrió con una tristeza en los ojos que Octavio no supo cómo interpretar del todo.Había algo de añoranza en su expresión, algo que le hizo presagiar que aquella conversación abriría heridas antiguas.—Ella también, aunque lo oculte, seguía sintiendo algo por ti —dijo Paulina con firmeza—. Si no hubiese sido por Lysandra, tal vez las cosas habrían sido diferentes entre ustedes dos.Octavio frunció el ceño al escuchar aquel nombre.—¿Lysandra? ¿Mi colega de estudios? ¿Qué tiene que ver ella en esto? ¿Cómo la conoces tú?Paulina cruzó los brazos, su expresión ahora era más dura, decidida a no retroceder.—¿Aún lo negarás? Años atrás, cuando Luciana pensó que tal vez había una oportunidad contigo, decidimos ir a visitarte a Londres. ¿Recuerdas? Llegamos sin avisar... y allí estaba esa mujer, Lysandra. En tu departamento. Desnuda. Caminando como si fuera la dueña del lugar. Luciana se quedó helada, no dijo nada a ti, pero se rompió por dentro. ¿Por qué lo ocultaste? ¿Por qué le dis
Deisy se aferró al cuerpo de Samuel como si su vida dependiera de ello.Sus brazos temblorosos lo envolvieron con desesperación, hundiendo el rostro en su pecho mientras los sollozos le sacudían el cuerpo entero.—¡No me dejes, por favor, Sam! —gimió entre lágrimas—. ¡Voy a morir, no me dejes sola!Samuel sintió un nudo formarse en su garganta.Sus manos quedaron suspendidas en el aire, sin saber si corresponder al abrazo o alejarse de ella de una vez por todas. El corazón le latía con fuerza, no por compasión, sino por miedo.Miedo a la culpa, a la lástima, y sobre todo, a perder a Luciana.Pero el rostro de Luciana vino a su mente como un rayo. Sus ojos, su voz, su risa.Pensar en verla en brazos de Octavio Darson era peor que cualquier castigo, era como aceptar una derrota humillante. No, él no podía permitirse perderla.—Deisy… —dijo al fin, separándola con suavidad, pero con firmeza—. Yo de verdad quiero ayudarte, lo sabes. Pero nunca fue mi intención perder a Luciana. Tú lo sabes
—¡Luciana, yo soy tu prometido! —exclamó Samuel, con la voz rota entre la desesperación y la furia.Luciana lo miró con los ojos fríos, endurecidos por la confusión, el miedo y el dolor reciente.Se apartó de él con un movimiento brusco, como si su cercanía le quemara la piel.—¡No te recuerdo! No sé quién eres —espetó con firmeza—. Y me golpeaste… así que, para mí, solo eres un cobarde más.Las palabras fueron un puñal que se clavó sin piedad en el pecho de Samuel.Su mirada cambió de súplica a furia. Le apretó el brazo con fuerza, lo suficiente para dejarle una marca, y frunció el ceño con rabia contenida.—¿Vas a seguir fingiendo esa maldita amnesia?—No estoy fingiendo nada —le escupió con desprecio—. Ya te olvidé. Para mí, no eres más que un extraño.Samuel retrocedió apenas un paso.Sus ojos brillaron con una mezcla de rabia y desesperanza.No podía perderla. No otra vez.—Bien —murmuró con los dientes apretados—. Si quieres jugar a eso, atente a las consecuencias.Luciana sintió
Luciana corría desesperada por el camino solitario, sus pies apenas tocaban el suelo mientras su corazón palpitaba con fuerza, como si quisiera salirle del pecho.El viento le azotaba el rostro, las lágrimas caían sin control.Todo dolía. Su cuerpo, su alma, su cabeza. Sentía que se desvanecía en un mundo que no entendía, donde la amenaza de Samuel la seguía como una sombra cruel.De pronto, en la distancia, unas luces blancas rompieron la oscuridad.Un auto.Luciana se detuvo en seco, sus piernas temblaban. Elevó la mirada, con la esperanza colgada de un hilo.Pensó en pedir ayuda, gritar, correr hacia el auto… pero todo eso se esfumó cuando lo vio.Él bajó del coche, su silueta recortada por las luces traseras. Y entonces, su voz rasgó el silencio.—¡Luciana!Era Octavio.Sin pensarlo, Luciana corrió hacia él y se lanzó a sus brazos como si acabara de encontrar tierra firme después de naufragar en el mar más oscuro y cruel.Lo abrazó con fuerza, con desesperación, como si temiera qu
Samuel llegó tambaleándose a su departamento, con el rostro descompuesto y los ojos vidriosos.El eco de sus pasos torpes retumbó en el pasillo vacío, hasta que empujó la puerta con el hombro. No estaba cerrada con llave.Ni siquiera le sorprendió.La oscuridad lo envolvió al entrar. Apenas logró encontrar el sofá antes de desplomarse sobre él, con un suspiro derrotado.Su aliento apestaba a alcohol. La habitación parecía girar, como si la realidad se burlara de su dolor.Desde el fondo, la luz cálida del baño se filtraba por la rendija. Entonces, la vio.—¿Tú qué haces aquí? —preguntó con voz pastosa, adormilada.Deisy, se apoyaba en el marco de la puerta, envuelta en una bata rosa que le llegaba hasta las rodillas. Su cabello mojado goteaba lentamente, como si cada gota marcara un tiempo que se les acababa.Samuel apenas pudo enfocar su rostro.—¿Estás bien? —preguntó ella, avanzando con cautela.—¿Cuándo saliste del hospital?—Hoy. El doctor dice que… que mi salud sigue empeorando —
Al día siguiente.Samuel abrió los ojos lentamente.El peso de la resaca se le clavaba como un cuchillo en la sien.El mundo giraba apenas, como si aún estuviera borracho. El primer pensamiento que lo golpeó fue el sabor amargo del arrepentimiento.Se llevó una mano al rostro y, con dificultad, giró la cabeza hacia el otro lado de la cama.Ahí estaba ella.Deisy.Su cuerpo estaba medio cubierto con la sábana, su cabello suelto, enredado, su expresión en calma, como si nada hubiese ocurrido.Pero para Samuel, era todo lo contrario. Su corazón se aceleró de golpe. La rabia, el asco, la confusión se mezclaron en un torbellino que lo hizo sentarse de golpe.—¡¿Qué demonios…?! —murmuró, sintiendo un escalofrío.Deisy despertó sobresaltada al oírlo.Se incorporó con lentitud, cubriéndose el pecho con la sábana al ver el gesto endurecido de Samuel.—¡Deisy! —gritó él, con voz quebrada por la furia—. ¿Cómo pudiste hacer esto? ¡¿Por qué demonios estás en mi cama?!La expresión de Deisy cambió d
Luciana se quedó de pie frente a Samuel, mirándolo con una mezcla de rabia y rencor.Sus ojos, enrojecidos, brillaban con determinación.—¡Me voy a casar con Octavio y no vas a separarnos! —espetó, con una firmeza que cortó el aire de la oficina como una cuchilla.Samuel sintió un frío recorrerle la espalda.El corazón se le cayó al estómago. No era solo celos. Era pánico. Puro terror de perderla para siempre.—¡Luciana, no! No puedes hacer esto... —balbuceó, su voz quebrada, su rostro descompuesto—. No puedes casarte con él, no así...Ella sostuvo su mirada, inquebrantable.—Nos casaremos a fin de mes. Ya está decidido —dijo, mientras tomaba la mano de Octavio.Octavio la miró, atónito por la rapidez de los acontecimientos.Su rostro mostraba sorpresa, pero también una creciente emoción.Saber que en apenas unas semanas Luciana sería su esposa le aceleraba el corazón de una manera indescriptible. Era una mezcla de euforia, amor y esperanza.—¡No vas a casarte con este hombre! —gritó S