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Marfil e Imanol se despidieron de todos.Subieron al coche, sus manos entrelazadas, y comenzaron a conducir hacia el mar Adriático, donde las olas susurraban promesas de libertad.La luna brillaba en el cielo, bañando de un color plata y blanco.Estaban tan emocionados, como si el tiempo se hubiera detenido solo para ellos.Pronto llegaron al muelle.El crucero que los esperaba era todo lo que Marfil había soñado, un palacio flotante de lujo y elegancia, rodeado de vida y alegría.Pero, a pesar de la multitud, solo se veían el uno al otro.Se dirigieron a su camarote, no cualquiera, sino el especial para luna de miel.Marfil se sintió como una princesa, con un vestido nuevo que la hacía sentir más viva que nunca, pero también vulnerable, porque sabía que algo muy importante debía decir.Imanol la acompañó hasta la puerta del camarote.Un empleado les sonrió y los dejó entrar.Marfil quedó en silencio por un momento al ver cómo el lugar estaba decorado con rosas rojas, velas y luces su
La madrugada llegó en silencio, envolviendo la habitación con una calma casi inquietante.Marfil se despertó lentamente, con el corazón agitado, como si un peso invisible presionara su pecho.Respiró hondo, sintiendo el frío del amanecer que se acercaba.Se levantó con cuidado para no despertar a Imanol, que dormía a su lado, ajeno a los tormentos que recorrían su mente.Con manos temblorosas, se puso el vestido de dormir.Se acercó al balcón, dejando que la brisa fría acariciara su rostro.El cielo estaba plagado de estrellas, brillando con una intensidad que la deslumbró. La luna nueva, blanca y serena, se alzaba sobre el mar oscuro.El mar… frío, lejano, como la verdad que estaba a punto de soltar.La oscuridad de las aguas reflejaba su incertidumbre, su miedo a lo que vendría. Pero no podía seguir viviendo así, atrapada en su secreto.Sabía que debía decirle todo, finalmente.El peso de la culpa y el secreto la aplastaban.De repente, sintió unas manos cálidas rodeando su cintura
Imanol retrocedió dos pasos, su rostro marcado por la tormenta que se desataba en su interior.Marfil sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Un terror indescriptible la invadió, un miedo profundo que la consumió hasta lo más profundo de su ser. No quería perderlo. No podía, no de esa forma.Él caminó por la habitación, los pasos resonando como un eco sombrío.Pensaba en tantas cosas, pero al mismo tiempo, no podía pensar en nada más que en el dolor que le quemaba el pecho.La imagen de Marfil lo mantenía atrapado en un torbellino de emociones, pero entonces, lo recordó.El video de Sergio. La imagen cruel de ese hombre, engañando a Lynn con indiferencia, incluso sabiendo que estaba embarazada, sin mostrar el menor rastro de remordimiento. No le importaba. Nada le importaba.Imanol miró a Marfil, la imaginó a su lado, amándolo como ella lo hacía, tan intensamente como él la amaba a ella, pero luego, vio la traición de Sergio, burlándose de ella, persiguiéndola, torturándola.
En Montaña Negra, la fiesta seguía su curso, pero Miranda sentía que el ambiente ya no la envolvía de la misma manera.Había bebido más de lo que debería, intentando sumergirse en el bullicio, pero la confusión de sus sentimientos la rodeaba como una niebla espesa.El lugar, iluminado por las luces tenues de las lámparas y la música que sonaba en los altavoces, parecía desvanecerse a su alrededor mientras se levantaba, tambaleándose ligeramente.Cuando al fin llegó la hora de irse, Arturo se ofreció a acompañarla a su habitación.Caminaban juntos por el pasillo de la casa de campo, sus pasos resonando en el silencio de la noche.Al llegar a la puerta, ambos se detuvieron, sus cuerpos tan cerca que casi podían sentir el aliento del otro.Arturo la miró intensamente, sus ojos llenos de una mezcla de deseo y certeza.—No sueñes que te quedarás conmigo —dijo ella, con una sonrisa traviesa, pero su voz traicionaba una tensa emoción contenida.Miranda, con el rostro enrojecido por el alcoho
Sergio y sus guardias se adentraron en el camino tortuoso que los llevaba a Montaña Negra.Iban acompañados por un lugareño, un hombre de rostro curtido por el sol, al que Sergio había pagado una buena suma de dinero para que los guiara hasta su destino.La ansiedad en el pecho de Sergio era palpable, como una presión constante que le robaba la respiración.Cada kilómetro que avanzaban se sentía como una eternidad, y el sinuoso camino, lleno de curvas y barro, parecía estirarse interminablemente.Cada giro, cada bache en el trayecto, lo hacía sentirse más atrapado, más impotente.El cielo nublado sobre él no ayudaba a calmar su tormenta interior, sino que más bien intensificaba la sensación de claustrofobia que lo envolvía.Miraba constantemente al frente, como si, al enfocar toda su atención en el camino, pudiera controlar la vorágine de emociones que lo destrozaban por dentro. Su corazón latía desbocado, y a pesar de que intentaba calmarse, la desesperación se apoderaba de él.¿Qué
En el crucero, Marfil abrió los ojos lentamente, despertando con la suavidad de un nuevo día.Al mirar a su alrededor, encontró a Imanol mirándola con una ternura infinita.Sus ojos, llenos de amor, la envolvían en un calor que la hacía sentirse segura, protegida.—¿No has dejado de amarme? —preguntó ella, con una sonrisa tímida, pero llena de emoción.Imanol soltó una carcajada suave, como si la pregunta fuera la cosa más obvia del mundo.—¿Cómo podría? —respondió él, con una sonrisa franca y sincera—. Te amo, Marfil. No hay verdad, no hay nada que me haga dejarte. Te amo por lo que eres, por tu alma. Puedo ver en tu mirada quién eres realmente, y eso es lo que me enamora. Eres buena, eres hermosa, y nunca voy a abandonarte.Marfil, tocada por sus palabras, se abrazó con fuerza a su pecho, sintiendo cómo su amor la envolvía.—Imanol, hubiese querido haberte conocido antes —susurró ella, la tristeza asomando en sus ojos, aunque su voz era suave, casi como un suspiro.Imanol la abrazó
Pronto, el auto fue rodeado por muchos guardias que parecían estar dispuestos a lo peor.Un miedo palpable recorrió cada rincón de sus cuerpos, como si el aire se hubiera vuelto pesado, imposible de respirar.—¡Miranda! —exclamó Arturo, su voz ahogada, llena de angustia, mientras sus ojos buscaban desesperadamente ver que ella estaba bien.Miranda, con el rostro pálido y los ojos brillando de rabia, no apartaba la vista de Sergio, quien, implacable, no tardó en acercarse con paso firme y calculado.Los guardias, fríos como máquinas, los rodearon y les ordenaron salir del auto.Las armas que sostenían apuntaban con precisión, una amenaza constante, acechante.Un sudor frío recorrió la espalda de todos, mientras el peligro se cernía sobre ellos.Lynn, con el corazón palpitando en su garganta, fue la primera en salir.Su voz, cargada de una furia que apenas podía contener, se alzó sobre el caos.—¡Sergio! ¡¿Cómo te atreves a hacernos esto?! —gritó, su tono desgarrado por el dolor y la de
Sergio clavó su mirada en la mujer que se burlaba frente a él, deseando borrar esa sonrisa insolente de su rostro de un solo golpe.Sus manos se crisparon a los costados, y la furia le hervía en las venas.Estaba a un paso de perder el control.Pero entonces, el sonido agudo de las sirenas cortó el aire como un cuchillo.Varias patrullas aparecieron en la propiedad, rodeándolo.Sergio, a regañadientes, contuvo su ira.Respiró hondo, ocultando bajo una máscara de aparente calma el huracán que le devastaba por dentro.—Señora Darson, ¿hay algún problema que necesite nuestra ayuda? —preguntó el comisario, bajándose de su vehículo, con una expresión de cautela.Freya, imperturbable, sonrió como si la situación no fuera más que un juego.Luego dirigió una mirada llena de veneno hacia Sergio.—¿Y bien? —preguntó, dejando caer las palabras con ironía—. ¿Hay algún problema, Sergio?El nombre de él en su boca sonó como un escupitajo.Sergio sintió la sangre hervirle aún más, pero logró esbozar