Miranda llegó al hospital jadeando, sus pulmones apenas podían llenarse de aire.
Cada paso que daba parecía más pesado que el anterior, como si el pánico que la consumía la hubiera anclado al suelo.
Su corazón latía con furia, golpeando su pecho como si intentara escapar.
No solo por la carrera frenética desde el auto hasta la entrada del hospital, sino por el terror helado que la invadía al pensar en lo que podría encontrar al otro lado de esas puertas.
—¡Necesito ver a una paciente! —exclamó, la voz quebrada, mientras agitaba una hoja arrugada en sus manos—. Tengo el número de habitación.
Las enfermeras levantaron la vista, desconfiadas. Una de ellas, con el rostro severo y una mirada que no dejaba lugar a dudas, negó con la cabeza.
—Debe proporcionar primero los datos completos de la paciente, señora.
—¡Por favor! —rogó Miranda, con los ojos brillando de desesperación—. Solo déjenme verla un momento… después les doy todo lo que quieran. ¡Es urgente!
La enfermera la miró fijamente, e