Miranda logró sacar a Ariana del hospital, aunque no fue tarea sencilla.
Los médicos se negaban rotundamente, las enfermeras insistían en que debía quedarse en observación, pero Miranda sabía que no podía permitir que la situación se complicara más.
Bastó un vistazo fijo a las enfermeras, la amenaza silenciosa de un abogado y el pago inmediato de la cuenta para que cedieran.
No podían permitirse un escándalo.
Ariana salió envuelta en una sudadera que ocultaba su brazo enyesado. Su rostro, aún pálido y marcado por la angustia, estaba casi desvanecido, y su cuerpo temblaba, apenas capaz de mantenerse en pie.
—No podemos arriesgarnos a que alguien te reconozca —murmuró Miranda, mientras la ayudaba a subir al auto.
La determinación en su voz era clara, pero sus ojos no podían ocultar la desesperación.
El motor rugió, alejándolas del hospital, de la violencia y del miedo que las había perseguido todo ese tiempo.
Durante un instante, el aire en el auto parecía más ligero. Pero, aunque el esc