—¿Qué dijiste? —La voz de Lynn tembló.
Un escalofrío le recorrió la espalda y su corazón, ya débil por el susto y el dolor, comenzó a latir con fuerza desesperada, como si quisiera gritar también.
Marfil retrocedió un paso, con el rostro pálido y la mirada perdida.
—Perdóname… no debí decirlo… yo… —balbuceó entre sollozos, cubriéndose la boca con la mano, como si pudiera detener las palabras que ya se habían escapado.
Pero Lynn ya lo había entendido. No era tonta.
Las piezas se encajaban como cuchillas en su pecho.
—No luces como tú —dijo con un hilo de voz, los ojos muy abiertos, desbordados de confusión y miedo—. Ella… ella no mintió… Miranda no mintió. Dijo que Sergio era un monstruo… que te había dañado.
Lentamente, como si le doliera cada movimiento, Lynn estiró su mano y tomó la de Marfil.
La miró directo a los ojos, buscando algo más allá de la piel, más allá del disfraz.
—Dime… —susurró—. ¿Te mató? ¿Cómo se muere y se vive a la vez? ¿Acaso… acaso él te…?
Marfil no pudo sosten