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Cuando Sergio regresó a la empresa, la oficina de Lorna estaba vacía. Un mal presentimiento se apoderó de él. Caminó de un lado a otro como fiera enjaulada, buscando alguna señal de su presencia. No había notas, ni mensajes, nada.Sacó el teléfono y la llamó. Una vez. Dos veces. Tres. Silencio.Minutos después, finalmente llegó un mensaje:«Estoy fuera, cariño. Me fui de viaje. Volveré pronto. No me extrañes.»Las manos de Sergio temblaron. El mensaje no solo le pareció burlón, sino lleno de una ironía cruel que lo descolocó.—¡Lorna… maldita sea! —rugió, lanzando el teléfono contra el escritorio. Cayó al suelo con un sonido seco, pero ni siquiera lo miró.Llamó a sus hombres de confianza.—¡Encuéntrenla! ¡Ahora! No quiero excusas. ¡Tráiganla ante mí! Esta vez… no tendré piedad.Los guardias se pusieron en marcha de inmediato, sabiendo que la furia de Sergio no era algo con lo que se pudiera jugar.Él volvió a su escritorio, pero ya no era capaz de concentrarse. Firmaba papeles sin le
—¿Qué está pasando...?La voz de Imanol se quebró, apenas cruzó el umbral del salón. Su madre y Marfil lo esperaban en silencio, con una tensión densa flotando en el aire, como si algo hubiera muerto allí antes de su llegada.—Siéntate, hijo.Freya lo dijo en un susurro, como si le doliera hablar.Imanol sintió que algo en su pecho se cerraba. El corazón le latía con violencia, como si su cuerpo presintiera lo que su mente aún no podía comprender.Caminó con pasos inseguros hasta el sofá y se dejó caer frente a ellas.—Por favor… hablen. Me estoy poniendo nervioso.Freya le tomó la mano. Estaba helada.—Hice algo... cuando Sergio estuvo aquí. No sabía cómo decirte esto.Imanol frunció el ceño.—¿Qué hiciste, mamá? ¿De qué estás hablando?Ella respiró hondo, luchando contra las lágrimas.—Mandé a hacer una prueba de ADN entre tú y Sergio. Lo siento, hijo…Le extendió unos papeles arrugados. Su voz se rompió como un cristal.—Sergio no es tu hermano de sangre.Imanol se quedó en blanco.
Miranda se quedó sin palabras. Su boca permaneció cerrada, pero su corazón… su corazón no mentía.Sí, todavía amaba a Arturo. Lo había intentado negar, ocultar, enterrar bajo el peso de la traición, pero el amor no se borraba, así como así. Sin embargo, una parte de ella gritaba con fuerza: ¿de qué servía amar a alguien si no podías volver a confiar en él?—Marfil… no hables más de eso, por favor —dijo al fin, su voz temblorosa, apenas un susurro.Marfil no insistió. No era el momento, no aún.Solo la abrazó, fuerte, como si quisiera sostenerla por dentro, y deseó, con todo su corazón, que algún día su amiga encontrara la paz que tanto merecía.Esa noche, aunque compartieron el mismo techo, durmieron en silencio, cada una sumida en sus propios pensamientos.Marfil sabía la respuesta a esa pregunta que Miranda se hacía: sí, aún lo amaba… pero también sabía que el amor, sin confianza, era una casa con grietas. Y aun así, deseaba con todas sus fuerzas que Miranda volviera a ser feliz.***
—¡¿Dónde está mi esposa?! —exclamó Sergio con un rugido que sacudió las paredes del despacho.Los dos hombres frente a él se intercambiaron una mirada rápida, incómoda, y luego negaron con la cabeza.—Eso no es algo que podamos responderle, señor… —murmuró uno de ellos, inseguro—. Lo siento, ¡no lo sabemos!Sergio golpeó el escritorio con ambas manos, haciendo vibrar los objetos sobre él.El sonido seco del impacto resonó como un disparo en la sala.Sus ojos, rojos, inyectados de furia y lágrimas contenidas, lo hacían parecer un hombre al borde del colapso.Sus labios temblaban, apretados por la rabia. Estaba al límite. El aire a su alrededor parecía más denso, más cargado.—¡Van a seguir investigando! —ordenó, su voz desgarrada—. ¡No me importa si tienen que quemar la ciudad entera, quiero respuestas! ¡Nombres! ¡Fechas! ¡Motivos! ¡Lo que sea!—Señor Torrealba… —dijo el otro detective con cautela—. Ya le dijimos que el fiscal Montoya fue el culpable de todo esto, en realidad su red de
La ginecóloga pidió a Lynn recostarse en la camilla. Marfil permanecía a su lado, sujetando su bolso, intentando no mostrar cuán nerviosa estaba también. La habitación olía a desinfectante y tenía una luz blanca, fría. Un monitor titilaba con líneas que aún no mostraban nada.—Te voy a aplicar un poco de gel, está frío —avisó la doctora con amabilidad.Cuando el gel tocó su vientre, Lynn se sobresaltó, una oleada de emociones cruzándole por dentro. Sin pensarlo, estiró la mano y buscó a ciegas la de Marfil, como si necesitara un ancla para no hundirse en el miedo. Sus dedos se aferraron con fuerza.Marfil, sin decir palabra, respondió con una sonrisa serena, pero sus ojos brillaban con una ternura protectora que hablaba por ella. En ese instante, era más que una amiga: era su familia elegida, su escudo, su fuerza.Y entonces, en la pantalla, una imagen comenzó a tomar forma.—Ahí está —susurró la doctora—. Mírenlo.El corazón de Lynn se detuvo por un segundo.Era diminuto, frágil como
Las horas pasaban con una lentitud cruel.La habitación, oscura y mal ventilada, olía a sudor, miedo y sangre seca.Los guardias se movían con indiferencia, como si lo que ocurría allí dentro fuera parte de su rutina.Pero no para ella.La abogada Martínez apenas podía mantenerse consciente. Tenía el rostro amoratado, la respiración agitada y los labios partidos.El sudor le corría por las sienes y una pequeña herida en la ceja seguía sangrando con lentitud.Sergio, con los ojos enrojecidos y las manos temblorosas de ira contenida, la observaba como una fiera frustrada.—¡¿Vas a hablar de una maldita vez, mujer?! —rugió, su voz ronca y llena de rabia—. ¿O prefieres que te siga doliendo cada hueso de tu cuerpo?Un silencio denso cayó por un momento. Hasta que una risita, seca y desafiante, le heló la sangre.Ella alzó la cabeza con dificultad, pero en su mirada había algo que lo desarmó: fuego. Orgullo. Una fuerza que ni la tortura había podido quebrar.—Haz lo que quieras. Puedes golpe
Sergio bajó a la mujer y a la niña del auto sin miramientos.Las empujó fuera con violencia, como si fueran simple basura, y gruñó una orden seca:—¡A casa! ¡Conduce a toda prisa! Su voz era un látigo, cortante, desesperada.La sangre le hervía en las venas. Antes de marcharse, señaló a uno de sus hombres con una mirada que no admitía réplica.—Que no abra la boca —escupió, apenas conteniendo su furia—. Amenázala si es necesario. No quiero testigos.***El auto avanzaba veloz por la carretera desierta, pero Sergio apenas percibía el paisaje difuso que corría a su alrededor.Su mente estaba en otra parte, arrastrándolo hacia un pasado que creía enterrado.Los recuerdos surgieron como una marea violenta, golpeándolo sin piedad.Marfil Corcuera.Ese nombre era una daga hundiéndose una y otra vez en su corazón.«¡Marfil, Marfil!», pensó, como si repitiéndolo pudiera hacer desaparecer el ardor en su pecho.La vio, en su mente, de pie junto al muelle, su cabello bailando al viento... y lue
Sergio regresó al auto, su rostro empapado por las lágrimas, sus ojos hinchados y rojos, como si la angustia misma se hubiera apoderado de él.La ira lo envolvía, pero también un dolor profundo que no sabía cómo manejar.—¡A casa, ahora mismo! —ordenó, su voz quebrada, como si cada palabra fuera una carga.Los hombres que lo acompañaban no dudaron ni un segundo, obedecieron con rapidez, conscientes de que algo oscuro se cernía sobre su jefe. No había espacio para preguntas, solo para hacer lo que se le pedía.Al llegar a su mansión, la atmósfera en el aire era densa, cargada de presagio.Sergio no perdió tiempo.Precipitadamente, preparó sus maletas, vació la caja fuerte de todo el dinero en efectivo que poseía, y con una determinación feroz, solicitó su avión privado.Necesitaba regresar a Cirna Gora, pero esta vez, iba a hacerlo en secreto. Nadie sabía que regresaba. Nadie lo esperaba, o al menos, eso creía él.Una sonrisa fría se asomó en sus labios mientras observaba el retrato de