Ariana bajó del taxi, el corazón latiendo desbocado en su pecho, como si quisiera escapar de su cuerpo.
Pagó al taxista con una joya, algo más que un simple accesorio brillante.
Su respiración estaba errática, el aire frío de la noche golpeaba su rostro, pero no podía detenerse.
No podía pensar en nada más que huir, aunque el miedo le atenazaba las piernas, haciéndola tropezar con cada paso.
El sonido de sus pasos resonaba en las calles vacías, un eco aterrador que se mezclaba con el ritmo frenético de su corazón.
Cada paso, cada sombra, parecía ocultar un peligro inminente, y aunque corría con todas sus fuerzas, sabía que no iba a ser suficiente.
La sensación de estar siendo perseguida por algo más grande que ella misma, algo que siempre la había alcanzado, la paralizaba.
De repente, una voz cortó el aire, desgarrante y llena de rabia. Era su voz. El eco de un pasado que no podía dejar atrás.
—¡Ariana!
La orden contenía tanta autoridad, tanta furia, que hizo que su cuerpo se tensara d