La imponente puerta de roble, adornada con los grabados del león rampante de la casa real, se irguió ante nosotros como la última barrera entre la tiranía y la justicia. El silencio tras ella era tenso, casi palpable, una calma premonitoria antes de la tormenta final. Podíamos escuchar débiles murmullos desde el interior, las voces agitadas y nerviosas de aquellos que sabían que su mundo estaba a punto de desmoronarse.
Me giré hacia los rostros decididos que me rodeaban: los guerreros de las Montañas Silvanas, con sus ojos firmes y sus armas listas; los prisioneros liberados, sus semblantes marcados por el sufrimiento pero ahora iluminados por la esperanza de la venganza.—Este es el momento —susurré, mi voz cargada de una resolución que sentía profundamente—. Por todos aquellos que han sufrido bajo su yugo. Por Aiden. Por nosotros.Con un golpe coordinado, los arietes improvisados, robustos troncos de madera encontrados en los pasillos del castillo, embis