Los siglos se convirtieron en un suave suspiro en el gran lienzo del tiempo, y el reino, que un día había sido solo una promesa susurrada entre una princesa y un dragón, se transformó en una realidad tan fuerte que las historias de su inicio se sentían tan antiguas como las estrellas mismas. El legado de Katherine y Aiden no solo había perdurado; se había vuelto la base misma de la vida, el aire que la gente respiraba, la verdad que creían en lo más profundo de su corazón. Las eras pasaron como las nubes en el cielo, pero no pudieron llevarse ni un solo ápice de la paz que habían creado, ni la esencia del amor que los unía.
El reino que ellos fundaron ya no era solo una extensión de tierra; era una idea viva, un lugar donde se demostraba que la bondad y la justicia podían, en efecto, ganar. Las fortalezas de piedra que una vez habían sido lugares de miedo y oscuridad eran ahora vibrantes centros de aprendizaje. Sus salones, antes silenciosos, resonaban con las risas y las v