La luz de la luna bañaba el claro, creando un escenario de tranquilidad etérea, casi místico. Después de beber del arroyo, el dragón se acercó a mí, su presencia imponente pero sorprendentemente calmada. Lo observé, maravillándome una vez más de su majestuosidad. Sus escamas negras reflejaban la luz plateada de la luna, como si estuvieran hechas de obsidiana pulida, y sus ojos dorados, dos orbes luminosos en la penumbra, parecían contener una sabiduría ancestral, un conocimiento de tiempos inmemoriales. Cada detalle de él era fascinante.Me atreví a acercarme un poco más, extendiendo una mano lentamente hacia su hocico. Mi corazón latía con una mezcla de cautela y una curiosidad irresistible. Dudé por un instante, el aire denso con la expectativa, antes de tocar la dura superficie de una de sus escamas nasales. Era fría al tacto, sorprendentemente lisa, pero debajo sentía el calor que emanaba de su interior, la vida palpitante de una criatura de leyenda. Él no se inmutó, pe
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