La única palabra que logró romper el silencio de la cámara iluminada fue mi propio nombre, "Katherine", pronunciado con una voz grave y melodiosa que nunca antes había oído, una voz que resonó en cada fibra de mi ser, que me hizo estremecer de una manera que nunca antes había sentido. Me quedé inmóvil, mis ojos escaneando cada rasgo del hombre que se erguía donde momentos antes había estado el imponente dragón negro. Era un cambio asombroso, mágico, y mi mente luchaba por asimilar la realidad que se presentaba ante mí, una realidad que desafiaba todo lo que creía conocer.
Este hombre era alto, con una estructura ósea fuerte y músculos definidos que se insinuaban bajo su piel de un tono canela cálido, como si hubiera sido acariciado por el sol durante años. Su cabello, tan negro como las escamas del dragón, caía en desorden sobre su frente, enmarcando un rostro que era a la vez poderoso y sorprendentemente delicado. Pero lo que más me impactó fueron sus ojos. Era