Capítulo 07.

La luz de la luna bañaba el claro, creando un escenario de tranquilidad etérea, casi místico. Después de beber del arroyo, el dragón se acercó a mí, su presencia imponente pero sorprendentemente calmada. Lo observé, maravillándome una vez más de su majestuosidad. Sus escamas negras reflejaban la luz plateada de la luna, como si estuvieran hechas de obsidiana pulida, y sus ojos dorados, dos orbes luminosos en la penumbra, parecían contener una sabiduría ancestral, un conocimiento de tiempos inmemoriales. Cada detalle de él era fascinante.

Me atreví a acercarme un poco más, extendiendo una mano lentamente hacia su hocico. Mi corazón latía con una mezcla de cautela y una curiosidad irresistible. Dudé por un instante, el aire denso con la expectativa, antes de tocar la dura superficie de una de sus escamas nasales. Era fría al tacto, sorprendentemente lisa, pero debajo sentía el calor que emanaba de su interior, la vida palpitante de una criatura de leyenda. Él no se inmutó, permitiendo mi contacto, una señal de la confianza que había comenzado a depositar en mí.

Con más confianza, deslicé mi mano por su hocico, sintiendo las hendiduras y las protuberancias de su piel escamosa, una textura que era áspera y suave a la vez. Era una sensación fascinante, diferente a cualquier cosa que hubiera tocado antes. Él inclinó ligeramente la cabeza, como si disfrutara de mi caricia, o quizás la aceptara como una señal de mi aprecio. Su movimiento fue tan delicado, tan consciente de mi pequeña mano.

-Eres... increíble -susurré, sin esperar una respuesta verbal. Pero él pareció entender la emoción en mi voz, la admiración genuina que sentía en ese momento. Su mirada dorada se suavizó aún más.

Después de un momento, retiré mi mano, aunque el deseo de seguir tocándolo era fuerte. Una pregunta persistente, que había rondado mi mente desde que lo había visto por primera vez en las profundidades de las mazmorras, finalmente se atrevió a salir de mis labios.

-¿Tienes... un nombre? -pregunté, sabiendo en el fondo que era una pregunta tonta, casi infantil. Un dragón, una criatura de esta magnitud, no tendría un nombre como los humanos, uno que se le pudiera susurrar en un cuento.

Para mi sorpresa, el dragón emitió un suave sonido gutural, algo parecido a un ronroneo profundo que vibró en el aire, llenando el claro con una resonancia cálida. Luego, señaló con su hocico hacia sí mismo, un gesto claro, antes de alzar una de sus alas negras y extenderla majestuosamente, una capa de noche desplegándose ante mis ojos.

Las alas. Eran enormes, inmensas, membranosas y fuertes, como velas de barco que pudieran desafiar cualquier tempestad. Bajo la luz de la luna, podía apreciar la intrincada estructura de sus huesos, delgados pero resistentes, y la tensión de la piel oscura que los unía, formando una superficie perfecta para el vuelo. Nunca había visto alas de dragón tan de cerca, con tanta claridad. Eran... hipnóticas, una obra maestra de la naturaleza que me dejaba sin aliento. La mera visión me hizo sentir una punzada de algo que se parecía mucho a la libertad.

Mientras observaba sus alas con fascinación, el dragón comenzó a moverlas lentamente, en un ensayo silencioso. Primero un suave aleteo, que apenas agitó el aire, luego movimientos más amplios, con una gracia inesperada. El aire a nuestro alrededor se agitó, y pude sentir la fuerza del viento generado por sus alas, una brisa potente que me revolvió el cabello y el vestido. Era una demostración de poder impresionante, controlada y majestuosa. Un escalofrío de emoción me recorrió la espalda.

De repente, con un impulso poderoso, batió sus alas con fuerza, y el suelo tembló levemente bajo mis pies mientras se elevaba en el aire. Me tambaleé por la ráfaga de viento, observándolo ascender hacia el cielo nocturno, su silueta oscura recortándose contra el fondo estrellado. Era una visión que me robó el aliento, que me dejó sin palabras, solo con una admiración reverente. Era la encarnación de la libertad.

Dio una vuelta en el aire, planeando con una gracia sorprendente para su tamaño, una danza en el lienzo de la noche. Luego, descendió lentamente, su aterrizaje tan suave que apenas perturbó la hierba del claro, no muy lejos de donde yo estaba.

Se acercó a mí, y pude ver una intensidad diferente en sus ojos dorados. Era como si hubiera querido mostrarme algo importante, algo que no podía expresar con palabras, una invitación tácita.

Extendió una de sus alas hacia mí, inclinándola ligeramente como una invitación, un gesto inequívoco. Dudé por un instante, mi mente intentando procesar la magnitud de lo que me estaba ofreciendo. ¿Qué quería que hiciera? Luego, con una curiosidad que venció cualquier temor, me acerqué y toqué la membrana oscura de su ala. Era suave y flexible al tacto, sorprendentemente sedosa a pesar de su apariencia resistente, casi coriácea.

Mientras examinaba su ala, sintiendo la elasticidad de la piel, sentí una suave presión en mi hombro. El dragón había acercado su cabeza y me había rozado con su hocico de nuevo, esta vez con más insistencia, un empuje gentil pero firme. Era como si quisiera que lo acompañara, que compartiera con él ese don, esa habilidad. Su intención era clara.

Miré su ala extendida, luego sus ojos dorados, que brillaban con una expectativa silenciosa. Una idea audaz, descabellada y emocionante, comenzó a formarse en mi mente, una chispa que se convirtió en un incendio. ¿Quería... que montara en él? ¿Que volara?

La idea era aterradora y emocionante a la vez. Nunca en mi vida, ni en mis sueños más salvajes, había imaginado volar, mucho menos sobre el lomo de un dragón. Pero la forma en que me miraba, la suave insistencia en sus gestos, la confianza que emanaba de él... sentí una extraña y poderosa confianza que me impulsó hacia adelante.

Respiré hondo, una bocanada de aire fresco del bosque, y asentí, mi decisión sellada. El dragón pareció comprender mi decisión. Se agachó de nuevo, ofreciéndome su lomo, una plataforma segura en medio de la inmensidad del claro. Con un poco más de vacilación que la última vez, pero con renovada determinación, volví a trepar sobre su espalda, aferrándome con firmeza a las protuberancias de sus escamas.

Una vez que estuve segura, el dragón se irguió lentamente y extendió sus enormes alas, abarcando el cielo. Sentí una oleada de anticipación y un ligero escalofrío de miedo recorrer mi cuerpo, una mezcla embriagadora de emociones. Mis nudillos se blanquearon al agarrarme con más fuerza.

Con un poderoso batir de alas, que resonó como un trueno distante, nos elevamos hacia el cielo nocturno. La sensación fue indescriptible, pura euforia. El viento silbaba a mi alrededor, cantando una canción de libertad, y el suelo debajo se encogía rápidamente, transformándose en un mosaico distante. Agarrándome con fuerza al lomo del dragón, miré hacia abajo y vi el claro iluminado por la luna hacerse cada vez más pequeño, hasta convertirse en un punto plateado.

¡Estábamos volando! Yo, Katherine McCarthy, la princesa fugitiva, estaba volando sobre el lomo de un dragón negro de ojos dorados en la oscuridad de la noche. La libertad que sentí en ese momento fue embriagadora, pura y absoluta, algo que mi vida en el castillo jamás me habría permitido soñar. Era un momento de magia, de un poder inimaginable.

Mientras ascendíamos más y más, el dragón planeó en círculos, permitiéndome disfrutar de la vista panorámica del mundo debajo. El paisaje se extendía como un tapiz oscuro salpicado de luces tenues aquí y allá, señales de asentamientos humanos. La luna llena brillaba intensamente, un faro en la inmensidad, iluminando nuestro vuelo y pintando de plata las nubes.

En ese momento, en lo alto del cielo nocturno, sentí que un vínculo invisible se fortalecía entre el dragón y yo. Éramos dos almas diferentes, unidas por el destino y la necesidad, compartiendo un momento de libertad y maravilla que trascendía todo lo conocido. Y en la silenciosa comunicación de nuestras miradas, en el ritmo de nuestro vuelo, supe que este era solo el comienzo de nuestra aventura, el primer capítulo de una historia que recién empezaba a escribirse.

El viento azotaba mi rostro, pero no sentía frío; el calor que emanaba del cuerpo del dragón me envolvía como un manto protector, cálido y reconfortante. Agarrada con fuerza a sus escamas, miraba hacia abajo, fascinada por la forma en que el mundo se transformaba desde esta perspectiva aérea. Los árboles del bosque parecían pequeños brotes oscuros, un mar de sombras, y el arroyo que habíamos encontrado brillaba como una hebra de plata serpenteando por el paisaje.

El dragón ascendió aún más, hasta que estuvimos rodeados solo por la vasta extensión del cielo nocturno y la brillante compañía de la luna. Las estrellas titilaban a nuestro alrededor, pareciendo increíblemente cercanas, como si pudiera tocarlas con la punta de mis dedos. Era una sensación de libertad absoluta, una ruptura total con las limitaciones del castillo y las expectativas sofocantes de mi vida anterior. El aire era puro, la inmensidad, abrumadora.

Sentí al dragón tensar sus alas ligeramente, un cambio sutil en su vuelo que indicaba un nuevo curso. Nos dirigimos hacia una cadena de montañas oscuras que se alzaban en la distancia, sus picos recortándose majestuosamente contra el cielo estrellado. El vuelo era suave y rítmico, una danza silenciosa entre la criatura y el viento, una armonía perfecta.

Mientras volábamos, me atreví a relajar un poco mi agarre, apoyando una mano en su cálido lomo escamoso. Sentía la vibración de sus poderosos músculos bajo mi tacto, un motor vivo y pulsante. Levanté la vista hacia su gran cabeza, que se mantenía firme contra el viento, inmutable. Sus ojos dorados brillaban intensamente, reflejando la luz de la luna, como si guardaran en su interior el secreto de las estrellas.

En ese momento, tuve la fuerte sensación de que él disfrutaba de este vuelo tanto como yo. Había una libertad palpable en sus movimientos, una sensación de poder desatado, de estar donde debía estar. Era como si el cielo fuera su verdadero hogar, el lugar donde realmente cobraba vida.

Nos acercamos a las montañas, y el dragón comenzó a descender, planeando con elegancia hacia un valle oscuro que se abría entre los picos, una hendidura misteriosa en la inmensidad rocosa. A medida que nos acercábamos al suelo, pude distinguir las siluetas de los árboles y las formaciones rocosas, que se alzaban como guardianes silenciosos.

Aterrizamos suavemente en un claro dentro del valle. El impacto fue mínimo, casi imperceptible. El aire aquí era más tranquilo, protegido por las altas montañas que nos rodeaban, que formaban un anfiteatro natural. El único sonido era el suave susurro del viento entre los árboles y el lejano murmullo de algún animal nocturno. Era un refugio, un escondite perfecto.

El dragón se agachó, permitiéndome deslizarme de su lomo. Una vez en tierra, me giré para observarlo. Estaba allí, imponente y majestuoso bajo la atenta mirada de la luna, un monumento viviente a la libertad.

Me acerqué lentamente, sintiendo una conexión cada vez más fuerte con esta criatura extraordinaria. Extendí mi mano y toqué suavemente su hocico, una caricia de agradecimiento. Él respondió inclinando su cabeza hacia mi contacto, su aliento cálido rozando mi piel.

-Gracias -susurré, mi voz apenas un hilo, cargada de emoción-. Eso... fue increíble. Una experiencia que nunca olvidaría.

Él emitió un suave ronroneo, un sonido cálido y vibrante que parecía una respuesta afirmativa, un "de nada" sin palabras. Luego, rozó su cabeza contra mi mano, un gesto que interpreté como una muestra de... ¿afecto? Sí, definitivamente afecto.

Pasamos un rato en silencio en el claro, disfrutando de la tranquilidad del lugar, del respiro que nos ofrecía. Yo observaba las estrellas, sintiéndome más lejos del castillo y de mi antigua vida de lo que jamás había estado, no solo geográficamente, sino en mi propia alma. El dragón permanecía a mi lado, su presencia una reconfortante sensación de seguridad que disipaba cualquier temor.

De repente, el dragón levantó la cabeza, sus ojos dorados fijos en la oscuridad que rodeaba el claro. Emitió un gruñido bajo, un sonido gutural que vibró en el aire, una advertencia inconfundible. Sentí una punzada de alerta, una descarga de adrenalina que me puso los nervios de punta. La tranquilidad se rompió. No estábamos solos.

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