Capítulo 08.

El gruñido bajo que emanó de las profundidades del pecho del dragón resonó en el silencio del claro, tensando la atmósfera que hasta hace poco se sentía tan pacífica bajo el manto lunar. Sus ojos dorados, que momentos antes me habían mirado con una tranquila curiosidad, ahora centelleaban con una intensidad primitiva, escrutando las sombras que nos rodeaban como si pudieran desgarrar el velo de la noche misma. Mi propio cuerpo se tensó en respuesta a su alerta, un escalofrío recorriéndome la espalda a pesar de la suave temperatura nocturna. Mi mano buscó instintivamente un arma, una rama caída, una piedra, cualquier cosa que pudiera ofrecerme una mínima defensa en caso de peligro, pero solo encontré la fresca hierba bajo mis dedos. La adrenalina se disparó de nuevo, devolviéndome a la cruda realidad de nuestra situación.

El silencio del bosque se había transformado. Ya no era la calma relajante de la naturaleza dormida, sino una quietud expectante, cargada con la presencia invisible
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