El bosque nos envolvió en una oscuridad moteada, donde la luz de la luna luchaba con valentía por penetrar el denso dosel de hojas y ramas entrelazadas. La penumbra era casi total, salpicada por aquí y allá con destellos plateados que se filtraban entre la vegetación. Aferrada al lomo escamoso del dragón, sentía el ritmo poderoso y constante de sus movimientos, una cadencia rítmica que me arrullaba, mientras se adentraba sin titubear en la espesura. El aire se tornó húmedo y fragante, cargado con el aroma terroso de la hojarasca en descomposición, el frescor de la vegetación nocturna y un toque dulce de alguna flor invisible. Era una sinfonía olfativa que nada tenía que ver con el encierro del castillo.
Cada uno de sus pasos era firme y seguro, a pesar del terreno irregular y las complejidades del bosque. Podía sentir la tensión de sus músculos bajo mis manos, tensos y poderosos, mientras sorteaba raíces sobresalientes que parecían trampas y troncos caídos que bloqueaban el camino. El silencio del bosque era profundo, casi reverente, solo interrumpido por el ocasional crujido de una rama bajo sus garras, el suave roce de las hojas cuando las apartaba con su cabeza, o el ulular distante y melancólico de un búho, una banda sonora natural para nuestra huida. El mundo exterior era vasto y lleno de vida, algo que el castillo, con su opresión, nunca me había permitido experimentar. Mientras avanzábamos, permití que mis sentidos se adaptaran a la oscuridad. Al principio, todo era una masa indistinguible, pero poco a poco, mis ojos comenzaron a acostumbrarse. Los contornos de los árboles se hicieron más definidos, gigantes silenciosos y protectores, y pude distinguir las siluetas oscuras de los arbustos a nuestro lado, pequeñas formas agazapadas en la penumbra. La luz de la luna, filtrándose a través de las hojas, pintaba manchas plateadas en el suelo del bosque, creando un paisaje onírico y misterioso, casi mágico. Era como si estuviéramos en un cuento de hadas, pero con la inminente amenaza de la realidad persiguiéndonos. El dragón parecía moverse con una familiaridad sorprendente a través de este entorno salvaje. No dudaba en su camino, no se equivocaba en su dirección, como si estuviera siguiendo una ruta invisible para mis ojos humanos, un sendero grabado en su memoria o en su instinto. Esto me generó una nueva oleada de preguntas sobre su pasado y su conexión con este lugar. ¿Había estado aquí antes, en este mismo bosque, sintiendo la misma libertad que ahora sentía? ¿Era este su verdadero hogar, el lugar al que pertenecía antes de ser capturado? Cada uno de sus movimientos era una pista, un fragmento de una historia que yo anhelaba conocer. La criatura que me llevaba no era solo un medio de escape; era un misterio andante. Después de lo que pareció una hora, un tiempo que se estiraba y encogía con cada latido de mi corazón, el bosque comenzó a clarear. La densidad de los árboles disminuyó, se espaciaron, y la luz de la luna se hizo más brillante, bañando el entorno con un resplandor etéreo y revelando un paisaje más abierto, menos confinado. Llegamos a un claro extenso, un óvalo perfecto en medio de la naturaleza salvaje, bañado por completo en la luz plateada de la noche. En el centro, un pequeño arroyo serpenteaba, su superficie brillando como un hilo de plata líquida, reflejando el cielo estrellado. El sonido suave del agua corriendo era una melodía relajante, un contraste bienvenido después de la tensión constante de la fuga. El dragón se detuvo majestuosamente al borde del claro, dejando escapar un suave suspiro que resonó en el silencio de la noche, un sonido de alivio que yo compartía. Se agachó lentamente, con una delicadeza que siempre me sorprendía, permitiéndome deslizarme de su lomo. Mis piernas se sintieron un poco temblorosas al tocar tierra firme después de la larga "cabalgata", la sangre volviendo a circular en mis extremidades entumecidas. La sensación de tener los pies en el suelo, la hierba fresca bajo mis plantas, era extrañamente liberadora. Me giré para observarlo en este nuevo entorno, en este santuario temporal. Bajo la luz de la luna, su forma negra era aún más imponente, sus escamas absorbían y reflejaban la luz de una manera hipnotizante, sus ojos dorados brillando como faros en la oscuridad, dos puntos de luz y misterio. Había una majestad tranquila en su postura, una sensación de poder contenido que me infundía respeto y admiración. Era una criatura de belleza salvaje, un espectáculo digno de ser contemplado. -Este lugar... parece tranquilo -murmuré, sintiendo la paz del claro envolverme, una calma que me permitía soltar un poco la tensión acumulada. El sonido suave del agua corriendo era más que relajante; era una promesa de respiro después de la intensidad de la huida. El dragón bajó su gran cabeza y me miró directamente a los ojos. Aunque no podía entender mis palabras, sentí que comprendía mi alivio, mi agotamiento, y la pequeña chispa de esperanza que se había encendido en mí. Se acercó un paso más y rozó suavemente mi brazo con su hocico escamoso, un gesto que interpreté como una forma de consuelo o quizás incluso... ¿afecto? La calidez de su aliento contrastaba con la frescura de la noche, un recordatorio de su naturaleza viva y poderosa. Era un momento de ternura inesperada, un vínculo que se solidificaba sin necesidad de lenguaje. Me permití un momento para simplemente respirar el aire fresco y observar el cielo estrellado. Las constelaciones brillaban con una intensidad que nunca había visto desde las ventanas del castillo, donde la luz de las antorchas y las formalidades de la corte ocultaban la verdadera magnitud del firmamento. Aquí, en la libertad de la noche, me sentía diferente, más... yo misma, una joven sin el peso de una corona invisible, sin las expectativas de un reino, solo Katherine, una fugitiva con un dragón. Era una sensación liberadora, aunque un poco abrumadora. Sin embargo, la realidad pronto me alcanzó, interrumpiendo mi breve momento de paz. Estábamos a salvo por ahora, sí, pero no teníamos un plan. No sabíamos adónde ir, ni cómo sobrevivir por nuestra cuenta. Yo era una princesa acostumbrada a la comodidad y la protección del castillo, a sirvientes que atendían cada una de mis necesidades, y él... él era un dragón, una criatura temida y cazada, cuya existencia era un secreto guardado por mi padre. Éramos dos seres que no encajaban en el mundo, y ahora estábamos solos en él. -¿Y ahora qué? -pregunté en voz alta, dirigiendo mi pregunta más a la noche estrellada, al destino incierto que nos esperaba, que al dragón mismo. El eco de mi voz se perdió en el silencio del claro. Él levantó su cabeza y miró hacia el horizonte oscuro, hacia el manto de árboles que nos rodeaba, como si estuviera considerando la misma pregunta, sopesando las posibilidades invisibles en el aire. Después de un momento de profunda contemplación, se giró y caminó con determinación hacia el arroyo. Bebió con lentitud, el sonido del agua al ser sorbida resonando en el claro, una nota clara en la quietud de la noche. La imagen de él bebiendo, tan majestuoso y a la vez tan vulnerable en ese momento, me recordó su esencia, su naturaleza. Mientras lo observaba, una idea, pequeña pero persistente, comenzó a formarse en mi mente. ¿Y si él tenía un lugar al que ir? ¿Un refugio al que pertenecía, un escondite que conociera? Después de todo, ¿cómo había sobrevivido tanto tiempo encerrado en las mazmorras sin volverse loco, sin perder su esencia? Tal vez había una razón por la que el pasillo oscuro nos había llevado a ese estudio, a este bosque, a este claro. Quizás su instinto, esa sabiduría ancestral que le notaba en los ojos, nos estaba guiando. Cuando terminó de beber, el dragón se acercó a mí de nuevo. Su postura era de expectativa. Parecía esperar una dirección, una señal de lo que debíamos hacer, pero esta vez, yo sentía que la dirección venía de él. Lo miré a los ojos dorados, buscando alguna respuesta, alguna guía en esa profundidad silenciosa. En ese instante, sentí una conexión más profunda con él, una certeza inquebrantable. Éramos fugitivos, sí, unidos por las circunstancias más extraordinarias, confiando el uno en el otro en un mundo que nos consideraría monstruos, leyendas, algo a cazar. Y en esa comprensión silenciosa, en ese pacto no verbal, supe que no estaba completamente sola. Tenía a mi dragón, mi compañero de fuga, mi guardián inesperado. La noche de libertad era solo el preludio de una vida completamente nueva.