La lluvia comenzó a golpear los ventanales del torreón como si el cielo mismo protestara por lo que estaba a punto de ocurrir. La noche había caído con un espesor inusual, como si el mundo hubiese decidido cerrar los ojos mientras algo oscuro se gestaba entre las sombras del palacio. El viento aullaba con fuerza, doblando las ramas de los árboles en el jardín real, y el murmullo constante del agua cayendo sobre los tejados se sentía como una letanía sin fin, un presagio imposible de ignorar.
Violeta estaba sentada frente a la chimenea. Las llamas crepitaban con lentitud, lanzando sombras anaranjadas contra las paredes de piedra. Sobre sus rodillas, la caja de madera que Elian le había dejado estaba abierta. El corazón le latía con un ritmo irregular mientras sus ojos recorrían letra tras letra, como si con cada palabra se desgarrara una capa más de la mentira que había sido su vida. Estaba agotada, pero una fuerza incontrolable la impulsaba a seguir leyendo.
Las cartas estaban escrita