La frase escrita con carbón seguía resonando en su mente como un tambor lejano, rítmico y constante: “Si la caja cae, busca al que no olvida.” Violeta, sola en su habitación, la había copiado tres veces en distintos papeles, con el fin de descomponerla, de encontrarle doble sentido, de descubrir si detrás de esas palabras había un código más profundo. Pero no. Era simple, y sin embargo, inquietante.
“¿Quién no olvida?”
En la corte, la memoria era un lujo. Lo que no convenía recordar se olvidaba con rapidez, lo que podía destruir reputaciones se enterraba entre discursos y pactos silenciosos. Así que si existía alguien con fama de conservar recuerdos... debía estar fuera del círculo tradicional.
Pensó en los antiguos escribas del templo, en los historiadores reales, en los jardineros del ala este que habían servido por décadas y que hablaban poco pero veían mucho. Pero uno en especial brillaba en su memoria como una luciérnaga encendida en medio de un campo marchito: el bibliotecario c