El agua seguía tibia, envolviendo el cuerpo del príncipe como un velo de alivio. Violeta, aún de pie a su lado, tenía entre sus dedos la tela empapada que goteaba lentamente. Había silencio en la habitación, salvo por el crepitar del fuego y el susurro del agua cada vez que ella exprimía la toalla.
Ella intentaba mantener el control.
Intentaba recordar que no era Lady Violeta Lancaster.
Que era Emma. Que estaba atrapada en una historia, en un papel que nunca fue suyo. Que debía protegerse, no exponerse.
Pero había algo en esa habitación que comenzaba a volverse insoportable… y no era la temperatura.
Era la forma en que Leonard la miraba.
Él había abierto los ojos. Sus pupilas, oscuras y aún algo apagadas por la enfermedad, la recorrían como si intentaran leer lo que se ocultaba bajo sus gestos tranquilos. Había un tipo de silencio que hablaba más alto que cualquier palabra, y ese era el que los envolvía ahora. Uno denso, eléctrico, a punto de romperse.
—¿Violeta...? —murmuró él, con v