La orden llegó por medio de una de las doncellas personales de la reina madre:
"Lady Violeta Lancaster, su majestad solicita que acuda cuanto antes a la habitación del príncipe Leonard para asistirlo en su recuperación."
No era una sugerencia. No era una invitación.
Era un mandato disfrazado de necesidad.
Violeta sostuvo el papel entre sus dedos largos por un momento más de lo necesario, permitiendo que la cera del sello se secara por completo antes de romperlo. Una parte de ella quería no ir, desobedecer, dejar que la reina enviara a otra persona —quizás a la mismísima Arabella Devereux— a cuidar del príncipe que, hasta hacía no mucho, se había mostrado completamente ajeno a su existencia.
Pero otra parte, más profunda y racional, sabía que negarse sería inútil. La reina madre ya había bajado la guardia al permitir que se mantuviera el compromiso. Y Leonard… Leonard la había llamado por su nombre incluso en su inconsciencia. Eso no era un gesto vacío. No del todo.
Se preparó sin apur