El silencio en los aposentos del príncipe era espeso, quebrado solo por el crepitar de las lámparas de aceite y el tenue soplido del viento contra las ventanas cerradas. Lady Violeta Lancaster se encontraba sentada junto a su cama, con el corazón aún latiendo fuerte por la tensión de los días anteriores. Sus manos sostenían con delicadeza un paño de lino humedecido en agua fría que escurría con precisión sobre el tazón de porcelana. La fiebre de Leonard no cedía por completo, pero la temperatura ya no era mortal. Ahora parecía navegar entre el delirio y la conciencia, como si su mente no decidiera en qué orilla quería reposar.
Violeta le retiró la sábana del torso con el mismo profesionalismo que lo había hecho horas atrás, pero esta vez su mirada vaciló al posarse en su piel. El pecho del príncipe, marcado por líneas definidas de músculos y respiraciones irregulares, brillaba bajo la humedad del sudor. Ella presionó suavemente el paño contra su clavícula, descendiendo con movimientos