La noche aún cubría el cielo como un velo espeso y profundo cuando Emma —en el cuerpo de Lady Violeta Lancaster— sintió que algo la despegaba lentamente del sueño. No fue un ruido. No fue el amanecer. Fue una sensación. Un murmullo cálido y sutil que se coló por su oído, rozando apenas la piel, tan leve como un susurro que no se dijo en voz alta.
Respiración.
No la suya. Otra. Masculina, cercana. Inquietantemente cercana.
Su ceño se frunció en la penumbra antes de que siquiera abriera los ojos. Su cuerpo despertó primero que su mente. Lo supo porque su espalda sentía el calor firme de otro cuerpo, porque su cintura estaba rodeada con un brazo que no le pertenecía, y porque su corazón, aún dormido, empezó a latir de forma errática, como si ya supiera la verdad que su razón se negaba a aceptar.
Abrió los ojos.
Oscuridad. Apenas un matiz azulado se filtraba por entre las rendijas del ventanal. Pero la silueta que yacía tras ella era inconfundible. Reconocía ese perfil, esa forma de respi