La tarde seguía cayendo sobre Theros con una melancolía grisácea, como si los muros del palacio respiraran el mismo aire de tensión que se había instalado en los corazones de sus habitantes. Pero esa calma mortecina fue cortada nuevamente, no por gritos esta vez, sino por los pasos decididos de la Duquesa Eloise Lancaster.
Los pasillos se abrían a su paso. Las miradas de los sirvientes, de los guardias, e incluso de los nobles, se apartaban en cuanto sentían su presencia. Aquella mujer no necesitaba escolta para infundir miedo. Ella era su propia guardia, su propia sombra y su propia sentencia.
No tardó en llegar ante las puertas del ala oeste, donde se encontraba la Reina Madre, en su salón personal.
—Anúncienme —ordenó con voz firme al guardia de la entrada.
—Su Alteza está ocupada…
Eloise lo miró sin pestañear.
—Entonces dile que ha llegado la madre de la futura reina. Si eso no la conmueve, dile que ha llegado la hija de los Halden, la casa que salvó este reino de la guerra hace d