Después de dejar las bolsas en el apartamento, Emma lo miró con una sonrisa traviesa mientras se acomodaba el cabello en una coleta alta. Leonard, aún procesando todo lo que había vivido ese día —el centro comercial, los ruidos de la ciudad, los automóviles como bestias furiosas—, pensó que al fin podrían descansar. Pero su paz se vio interrumpida por las palabras que ella soltó con entusiasmo.
—Ahora iremos al cine.
—¿Cine? —repitió él, con la expresión confundida de un príncipe que acababa de escuchar un idioma desconocido.
Emma soltó una risita y lo tomó del brazo.
—Sí, ya verás. Es como… una obra de teatro, pero en una caja gigante y oscura con muchas personas, pero sin actores reales, solo imágenes en una pantalla.
La explicación lo dejó más confundido que tranquilo, pero como ya había aprendido a confiar en Emma, simplemente asintió.
—Entonces, mi lady, guiadme en esta nueva experiencia.
Caminaron hasta el complejo de cine, y Leonard no dejó de observar los enormes afiches ilumi