El restaurante no era uno especialmente elegante. Estaba decorado con luces tenues, madera clara y mesas de estilo industrial. A Emma le gustaba por su comida casera y por el ambiente relajado, pero para Leonard, aquello era un universo completamente nuevo. Tan pronto cruzaron la puerta de vidrio, el joven príncipe alzó una ceja al escuchar el timbre que sonaba al abrir, como si anunciara a los sirvientes del castillo que los nobles acababan de llegar. Sin embargo, nadie se acercó de inmediato a recibirlos.
—¿Y el mayordomo? —preguntó en voz baja, claramente confundido.
Emma soltó una pequeña risa. Se inclinó hacia él y susurró:
—Aquí no hay mayordomos. Debemos esperar a que nos asignen una mesa como cualquier persona normal.
Leonard miró a su alrededor, notando que la gente simplemente estaba sentada, algunos comiendo con los codos sobre la mesa, riendo con la boca llena o usando unas pequeñas pantallas brillantes. Su mirada reflejaba asombro y un toque de consternación. Parecía un a