El castillo de Theros, tan majestuoso como antiguo, no había conocido mayor silencio que el que siguió al anuncio oficial del compromiso entre el príncipe Leonard y Lady Violeta Lancaster. Sin embargo, ese silencio era solo la calma antes de la tormenta. Y la tormenta tenía nombre: Lady Arabella Devereux.
Arabella caminaba de un lado a otro de sus aposentos privados, con el ceño fruncido y los puños crispados. Los candelabros temblaban a cada movimiento brusco, y los sirvientes evitaban su presencia como si su sola mirada pudiera quemarles la piel. La noticia del compromiso había llegado por boca de la mismísima Reina, quien había preferido evitar rumores y enfrentarla con dignidad... pero eso solo encendió aún más la ira de la joven noble.
—¡Después de todo lo que he hecho! —gritó Arabella, lanzando contra la pared un costoso jarrón de porcelana venida del extranjero—. ¡Después de todos los años de preparación, de sumisión, de estar a su lado como su sombra… me cambia por esa… esa in