El salón del trono, sobrio y majestuoso, estaba en completo silencio. La reina Aurelia de Theros, vestida con una túnica azul real con detalles dorados, permanecía sentada con la espalda recta, las manos entrelazadas sobre el regazo. Sus ojos fríos y calculadores observaban a su hijo Leonard, de pie frente a ella, con la mirada firme y el rostro más sereno de lo habitual.
—¿Entonces estás decidido? —preguntó la reina, sin elevar la voz.
Leonard asintió sin titubear.
—Sí, madre. Amo a Lady Violeta Lancaster. Quiero casarme con ella antes del equinoccio.
Un par de segundos de silencio se instalaron entre ambos. Los ecos de la corte susurraban fuera de las puertas, pero en el corazón del salón, solo había tensión contenida. La reina inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, sus ojos buscando en los gestos de su hijo alguna señal de duda. No la encontró.
—Políticamente —comenzó ella con voz pausada— Lady Arabella Devereux sigue siendo la mejor opción. Su familia posee más influencia en