La luna aún flotaba alta cuando Leonard entró en la biblioteca oculta del ala este, esa que alguna vez Violeta convirtió en su refugio silencioso. Caminaba como un hombre poseído por sus propios pensamientos, los pasos pesados, la mirada extraviada.
Ella lo esperaba allí, de pie junto al ventanal, vestida con una túnica oscura y el cabello suelto, como si el tiempo no hubiera pasado.
—No deberías estar aquí —murmuró ella, sin girarse.
—Y sin embargo… no puedo estar en ningún otro lugar.
Leonard se acercó lentamente. El fuego de la chimenea lanzaba sombras temblorosas sobre sus facciones. Violeta al fin lo miró, con los ojos cargados de preguntas que llevaba meses acumulando.
—Esta última semana —dijo él, con voz rasposa— he estado recordando cosas. Vagamente. Imágenes, sonidos… tu voz. Tus ojos mirándome como si alguna vez hubiese sido digno de ti.
—Lo fuiste.
Leonard tragó saliva.
—Mi mente me grita que debo proteger y permanecer al lado de Lady Arabella Lancaster. Pero mi corazón… m