El sol regresó lentamente tras el eclipse, pero su luz no trajo claridad. Solo más preguntas. Solo más caos.
El salón ceremonial, decorado con tapices de antiguas gestas y el sello dorado de Theros en cada columna, era una caverna de silencio absoluto. El emisario del Consejo estaba de pie en medio del estrado, rodeado de magistrados, nobles y guardianes rituales. Frente a él, el trono del pacto yacía vacío.
Violeta no había llegado.
Leonard, aún vestido con la túnica oscura que lo hacía ver mayor y más regio de lo que se sentía, dio un paso al frente. La reina madre Isolde, sentada al costado, lo fulminaba con los ojos, sabiendo —o quizás solo intuyendo— que él había tenido algo que ver con la desaparición de la elegida.
—Lady Violeta Lancaster ha desaparecido —anunció el emisario, con voz cavernosa—. Este es un acto de ruptura. Un desafío al orden establecido por el Consejo Antiguo. Una señal de rebelión.
Leonard alzó la voz antes de que alguien más pudiera intervenir.
—Lady Violeta