—Te vas… ha llegado el momento —dijo la bruja a Silas cuando quedaron solos, su voz quebrada por sentimientos que no quería mostrar.
Silas la miró con desesperación contenida.
—Dime que me quede… dime que me quieres aquí.
Ella respiró hondo, cargada de amor propio.
—Claro que te quiero aquí conmigo. Pero no puedo decirte que te quedes. Eso solo puedes decidirlo tú… y yo no voy a detenerte.
El silencio se extendió entre ambos como un muro invisible. Silas no supo qué responder. Vida lo esperaba, y en su vientre llevaba a su hijo; pero la bruja… la bruja se había adueñado de su corazón de una manera inesperada, imposible de arrancar.
Se acercó despacio. Le dio un beso en la frente justo en el instante en que ella, con manos temblorosas, le entregaba el cuerpo que habían trabajado durante meses. Cuando ambos abrieron los ojos, Silas ya tenía forma visible. “Visible” para todos los demás… porque para la bruja siempre había sido real.
Ella intentó sonreír.
—Vete, o no la alcanzarás. He