La tarde cayó más rápido de lo que Ariadna hubiera querido. El sol descendió tras las montañas y las sombras del bosque se extendieron como dedos alargados, invadiendo cada rincón del pueblo. Había intentado ocupar la mente con tareas sencillas: limpiar la casa, ayudar a su madre con los guisos, incluso ordenar viejos cuadernos. Nada sirvió. La presencia de Elian y sus palabras seguían acosándola como un eco imposible de acallar.

Finalmente, cuando la casa quedó en silencio y todos dormían, encendió una lámpara de aceite y se sentó frente a la mesa. El libro descansaba allí, inmóvil, como si la esperara. No pudo evitar un escalofrío al abrirlo. La primera página aún tenía su nombre escrito, idéntico al de la noche anterior. Sus dedos temblaron al pasar la hoja.

Lo que encontró la hizo contener el aliento.

No eran páginas vacías ni párrafos antiguos. Eran frases breves, escritas con tinta oscura que parecía fresca. Lo más inquietante fue que las palabras cambiaban frente a sus ojos. Una línea desapareció y otra ocupó su lugar, como si una mano invisible escribiera en ese mismo instante.

"No olvides lo que prometiste."

Ariadna se llevó la mano a la boca. El corazón le golpeaba tan fuerte que sintió que iba a desmayarse.

—Esto no puede estar pasando —susurró.

Quiso cerrar el libro, pero algo en ella se lo impidió. Una fuerza inexplicable la mantenía leyendo, como si las páginas fueran un espejo de algo enterrado en su memoria.

"La sangre reclama. El tiempo se acaba."

La lámpara parpadeó, y durante un segundo creyó escuchar nuevamente la voz de la noche anterior. El mismo tono suave, como un susurro que atravesaba la piel. No sabía si provenía de su mente o del propio libro, pero el efecto era igual: una sensación de que nada de lo que creía conocer era real.

Pasó otra página. Esta vez, no había frases. Había un dibujo. Trazos irregulares, pero claros: un bosque en llamas, con una figura de pie bajo la luna. Ariadna sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Esa misma escena la había visto en un sueño, la noche anterior. Un fuego devorando árboles, un juramento bajo la luz plateada.

Se levantó bruscamente, empujando la silla hacia atrás. La lámpara titiló con violencia, como si el mismo miedo agitara la llama. ¿Cómo era posible que el libro mostrara lo que había soñado? ¿O era que el sueño venía del libro?

No pudo soportarlo más. Cerró las t***s con un golpe y abrazó el libro contra su pecho. Respiraba rápido, como si acabara de correr una larga distancia. Tenía que hablar con alguien, pero ¿con quién? Si contaba lo ocurrido, la tomarían por loca. Elian era el único que parecía saber algo, y eso la aterraba aún más.

—Prometiste… —la voz se deslizó otra vez, como un eco en la habitación.

Ariadna giró, pero la casa estaba vacía. Solo las sombras danzaban en las paredes.

Se dejó caer en la cama, abrazando el libro como si pudiera protegerla de aquello que, al mismo tiempo, la estaba consumiendo. Intentó cerrar los ojos, pero el sueño no trajo descanso, sino otra visión.

El bosque otra vez. Las llamas ascendían hasta el cielo, devorando todo a su paso. En medio del fuego, una silueta masculina permanecía inmóvil, encadenada con cadenas de plata que brillaban con un resplandor antinatural. Su rostro estaba oculto, pero Ariadna reconoció la figura. Era Elian.

En el sueño, él la miraba directamente, y sus labios se movieron para pronunciar unas palabras que ella entendió sin necesidad de oírlas: “Cumple la promesa o todos caerán.”

Despertó empapada en sudor, con la respiración entrecortada. La lámpara se había apagado y la habitación estaba sumida en penumbras. El libro seguía entre sus brazos. Con manos temblorosas lo abrió, buscando desesperada alguna explicación.

En la primera página, junto a su nombre, había una nueva frase que no estaba antes:

"Él ya volvió."

El estómago se le encogió. No necesitaba que dijeran su nombre. Sabía a quién se referían.