Capítulo 88

Nora siente que el mundo se le tambalea. La sangre en el pañuelo de Silas es suficiente para helarle la sangre, pero cuando, sin que él lo note, le toma la muñeca y palpa con cuidado el pulso, casi se desmaya. Late irregular, profundo, con ese patrón que su madre le enseñó a reconocer cuando era niña. Envenenado. El aire se le corta, un nudo se le forma en la garganta, y el temblor en sus manos la delata.

Los recuerdos la asaltan de golpe: su madre inclinándose sobre ella en las tardes, guiándole los dedos para sentir el ritmo vital, explicándole con paciencia cómo distinguir un pulso sano de uno enfermo. La voz suave diciéndole que, aunque no pudiera ver, sus manos podían aprender a ver por ella. Y luego, los años con el tío Qiao, enseñándole a no dejarse acorralar, a sentir su entorno, a usar su cuerpo ágil y menudo como un arma invisible. Todo ese entrenamiento ahora le sirve para reconocer lo que pasa frente a ella, pero no para calmar el miedo que le oprime el pecho.