La madrugada no trajo tormenta, pero sí una calma que parecía una advertencia. Isabella abrió los ojos antes que el sol tocara las cortinas. A su lado, Dante dormía profundamente, el rostro relajado, como si por fin se hubiera permitido descansar. No lo despertó. Lo miró unos minutos, intentando memorizar ese gesto de paz que rara vez habitaba en él.
Se levantó con movimientos suaves, caminó hasta el ventanal y corrió apenas la tela para observar el jardín. Todo parecía en su sitio, pero algo dentro de ella le susurraba que la paz era momentánea. Que la guerra, la real, aún no había comenzado.
En la cocina, Giulia la esperaba con café caliente y una expresión tensa. Desde hacía días, algo en los empleados había cambiado. Un rumor no dicho, un miedo contenido, una inquietud que ni siquiera Isabella, con toda su nueva autoridad, había logrado disipar del todo.
—Han preguntado por usted —murmuró la mujer, sirviendo con cuidado—. Hombres de los Rinaldi. Querían hablar… “de negocios”.
Isab