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Mia
El sol de la tarde se filtraba por las ventanas de mi auto, creando destellos dorados sobre el volante mientras conducía hacia casa. Una sonrisa involuntaria tiraba de mis labios llevaba conmigo esa ligereza de quien se sabe amada. Hoy era nuestro aniversario, un año de estabilidad, de planes trazados con tinta permanente sobre un calendario que prometía un futuro brillante Oliver era mi roca, el hombre que me había dado la paz que tanto busqué después de años de caos Llegué a casa cuarenta minutos antes de lo previsto estacioné con el corazón acelerado por la emoción, imaginando la cara de sorpresa de Oliver al verme llegar temprano con las bolsas de la compra llenas de sus manjares favoritos marisco fresco, un vino caro y las velas que tanto le gustaban al entrar, el silencio de la casa me pareció un lienzo en blanco. Dejé las bolsas sobre la isla de granito de la cocina, el sonido metálico de mis llaves resonando en la estancia vacía. —¿Oliver? —llamé, mi voz cargada de una alegría que ahora me parece patética pero debía saber si él estaba aquí en casa. No hubo respuesta inmediata. Decidí subir a la habitación para darme una ducha rápida; quería recibirlo oliendo a jazmín, fresca y lista para una noche de celebración pero a medida que mis pies descalzos subían los escalones de madera, un sonido extraño me detuvo en seco era un roce rítmico, un jadeo sofocado que conocía demasiado bien, pero que no debería estar ocurriendo en ese momento. Caminé por el pasillo como si el suelo estuviera hecho de cristal fino, con el corazón martilleando contra mis costillas. Empujé la puerta de nuestra habitación, que estaba apenas entornada. El mundo, tal como lo conocía, se detuvo y se hizo añicos en un segundo. La imagen se grabó a fuego en mis retinas: mi cama, las sábanas de hilo egipcio que yo misma había elegido, y sobre ellas Oliver ñero no estaba solo enredada en su cuerpo, con la espalda arqueada y el cabello castaño desparramado sobre mi almohada, estaba Mariana. Mi hermana. Mi propia sangre. El aire se escapó de mis pulmones como si me hubieran golpeado con un mazo de hierro. Un sollozo ronco, desgarrador, escapó de mi garganta antes de que pudiera cubrirme la boca ql oírme, el pánico transformó sus rostros. Se separaron con una torpeza humillante, buscando sábanas para cubrir una traición que ya no tenía escondite. —¡Cariño! ¡Espera! —gritó Oliver, saltando de la cama mientras intentaba subirse los pantalones con manos temblorosas—. ¡No es lo que parece, te lo juro! ¡Déjame explicarte —¿Qué no es lo que parece? —mi voz salió como un hilo quebrado, mientras las lágrimas quemaban mis mejillas—. ¡Están en mi cama! ¡Hoy es nuestro aniversario, Oliver! ¡En nuestra propia casa! Él se acercó, extendiendo las manos con esa mirada de perro apaleado que siempre usaba para ablandarme, pero retrocedí como si su piel fuera veneno puro fue entonces cuando Mariana, con una frialdad que me heló la columna, se sentó en el borde de la cama y se echó el cabello hacia atrás, mirándolo a él con una impaciencia cruel. —Ya basta de mentiras, Oliver. Dile la verdad de una vez —soltó ella, sin una pizca de remordimiento en sus ojos verdes—. No seas cobarde, ella tiene que saberlo. —¿Qué se acuestan? —pregunté, sintiendo que el suelo se abría bajo mis pies.— ¿Es la primera vez o ya llevan mucho tiempo? —Estamos juntos desde hace un año —dijo Mariana, clavando la daga hasta el fondo con una sonrisa casi imperceptible—. No fue un error de una noche, nos amamos. Un año. Habíamos estado juntos dos años, lo que significaba que más de la mitad de nuestra relación, de nuestros planes de boda, de la búsqueda de nuestra casa, había sido una farsa orquestada por las dos personas en las que más confiaba en el mundo. Mientras yo elegía el color de las cortinas, ellos se reían de mí en la oscuridad. Miré el anillo de compromiso en mi mano derecha. Ese diamante que antes me parecía un símbolo de eternidad ahora se sentía como una marca de hierro candente con un movimiento brusco, me lo arranqué, sintiendo cómo el metal me lastimaba el nudillo, y se lo lancé al pecho a Oliver. —¡No, por favor! ¡No te lo quites! ¡Te amo, ella no significa nada! —suplicaba él, patético, intentando vestirse a toda prisa mientras me seguía por el pasillo, tropezando con sus propios zapatos. No escuché más. Bajé las escaleras a ciegas, agarré las llaves del auto y salí de esa casa que ya no era mía el motor rugió y aceleré sin rumbo, con la visión nublada por el llanto, hasta que mis manos, por puro instinto de supervivencia, me llevaron a la puerta de Lucía. Cuando me vio, deshecha y temblando, no necesitó preguntar. Me desplomé en sus brazos y el grito que había estado guardando salió con una fuerza que me dejó exhausta. Le conté cada detalle, la imagen de ellos dos, la confesión de Mariana, la cobardía de él. —Ese imbécil no merece ni una sola de tus lágrimas —sentenció Lucía después de una hora de consolarme—. Y tu hermana... ella ya se pudrirá en su propia maldad esta noche no te vas a quedar aquí a hundirte en la autocompasión. Nos vamos a arreglar, vamos a salir y vas a recordar quién eres. Vas a quemar ese dolor. Me resistí al principio, pero el dolor se estaba transformando en una rabia sorda y caliente que pedía a gritos ser liberada necesitaba dejar de ser "la novia traicionada" por unas horas me duché, lavando el rastro del aroma de esa casa, y me puse un vestido que Lucía me prestó era de seda negra, tan corto que desafiaba la gravedad y con una espalda descubierta que terminaba justo donde empezaba la tentación, me pinté los labios de un rojo feroz, me puse unos tacones infinitos y salimos. La discoteca era un caos de luces de neón moradas y música que vibraba directamente en mi esternón. Apenas entramos, me acerqué a la barra. —Tres tequilas ahora —le dije al barman, sin pestañear. Me los bebí uno tras otro, sintiendo el fuego quemar mi garganta y adormecer el nudo de mi pecho no quería pensar, solo quería sentir algo que no fuera el vacío. Sentí una mirada quemándome la nuca me giré y ahí había un hombre estaba apoyado contra una columna en la zona VIP superior, era un hombre imponente, con una presencia que parecía absorber la luz de la sala, pie piel canela, con una barba perfectamente cuidada que enmarcaba una mandíbula de piedra y unos ojos marrones tan oscuros que daban miedo, sus hombros eran anchos, llenando una camisa negra que parecía a punto de reventar ante su musculatura. Se acercó a la pista con una seguridad depredadora, no pidió permiso simplemente se colocó detrás de mí, pegando su pecho a mi espalda desnuda, sentí un choque eléctrico. —¿Bailas? —su voz era grave, una vibración baja que sentí en el vientre antes que en los oídos. Lucía me miró con duda pero yo le devolví una mirada decidida quería perderme, me giré y quedé atrapada en esos ojos marrones sus manos se posaron en mi cintura con una firmeza que me hizo jadear no eran manos suaves, eran manos de un hombre que sabía tomar lo que quería. Nos movimos al ritmo de la musica rozándonos, provocándonos. La rabia por Oliver se convirtió en un deseo primitivo por este extraño sin previo aviso, él me tomó de la mano y me guio hacia los pasillos de la zona VIP, donde las luces eran tenues y el ruido se amortiguaba, me empujó suavemente contra la pared del pasillo de los baños privados, el frío de la piedra contra mi espalda y el calor abrasador de su cuerpo crearon una combustión instantánea.—Me estás mirando como si quisieras que te poseyers junto aqui —susurró él, su aliento a whisky rozando mi oreja. —Hazlo —respondí, desesperada por borrar el recuerdo de la traición—. No me hables solo hazlo. Sus manos bajaron con violencia hacia el dobladillo de mi vestido, subiéndolo hasta mi cintura en un segundo sus dedos recorrieron mis muslos, quemando mi piel, y con un movimiento experto, apartó mi ropa interior hacia un lado, no hubo juegos previos lentos, no los quería, abrí sus pantalones con manos temblorosas mientras él me besaba con una ferocidad que me dejó sin aire, reclamando mi boca como si le perteneciera desde siempre. Está no era yo, yo jamás hubiese permitido esto de nadie y menos de un extraño sin embargo aquí estaba Me alzó por los muslos, obligándome a enredar mis piernas alrededor de su cadera robusta, el contraste era salvaje yo, pequeña y frágil en su agarre y él, una masa de músculos y deseo con un movimiento seco y potente, se hundió en mí de una sola vez. El grito de placer y dolor contenido se perdió en su hombro mientras él empezaba a embestir con una fuerza bruta, era grande demasiado, estirándome y llenándome de una manera que me hacía ver estrellas. su barba rozaba mi cuello con aspereza, marcándome, mientras sus manos apretaban mis nalgas con tal fuerza que sabía que dejarían moretones. —Maldita sea... —gruñó él, acelerando el ritmo golpeando mi cuerpo contra la pared rítmicamente. El sonido de la carne chocando, el olor a su perfume caro mezclado con nuestro sudor y la adrenalina de estar en un lugar público me llevaron al límite sentía cómo mi interior se contraía, buscándolo, necesitando más de esa intensidad cuando mi clímax estalló, fue como una explosión de fuegos artificiales negros tras mis párpados chillé sujeta a su cuello mientras él soltaba un gruñido gutural y se vaciaba dentro de mí con una fuerza que me hizo temblar. Nos quedamos allí, jadeando, unidos por el sudor y el pecado el me bajó con cuidado, me arregló el vestido con una delicadeza que contrastaba con la violencia de antes y me miró a los ojos por última vez.—No olvides esta noche —me dijo en un susurró en el oído.






