Flor Pérez
Cuando Matías y yo entramos a casa, voy directo a ver a mis niños, los cuales ya están cayendo en los brazos de Morfeo, bueno, más bien, en los brazos de Blanca, quien cuida de los tres chiquillos con toda la paciencia y el amor que se puede.
- Perdóname, te pasé a dejar a mis niños todo el día… -digo realmente apenada.
- ¡No te preocupes! Ellos son mis ahijados, así que aprovecho para malcriarlos un poco… -dijo Blanca entre risas. – Ahora dime tú, ¿Cómo estás? ¿Cómo te fue?
Yo simplemente le hago señas de que hablamos fuera, me acerco a mis chiquitos y mi sobrino, les doy un besito a cada uno y salimos de la habitación.
Matías, tal como siempre, ya se ocupó en alguna cosa de la hacienda o de aquí, mi hermano nunca para y no sé de dónde saca tanta energía. Yo, sin hacer nada, hoy siento que estoy agotada, solo quiero un baño e ir a la cama, con todo lo que traigo en la cabeza, ni apetito tengo.
- Bien, ahora sí, cuéntame… -dice Blanca cuando entramos a la cocina y me sirve