La ciudad se apagaba poco a poco bajo el manto de la noche. Las luces de los edificios competían contra la luna que se alzaba sobre los rascacielos, como si el poder humano intentara opacar la inmensidad del cielo. Pero para Julia, nada de eso importaba. Sentía que el mundo entero se había reducido al latido acelerado de su corazón mientras avanzaba junto a Sebastián por el pasillo silencioso del penthouse.
Había pasado el día entre discusiones veladas, promesas incumplidas y la tensión latente que se acumulaba entre ambos. Él, con su ambición implacable y su carácter dominante; ella, con sus dudas, sus miedos, pero también con un deseo que la consumía en silencio. Todo los había llevado hasta ese instante.
Sebastián abrió la puerta de la sala principal. El espacio era amplio, con ventanales que dejaban ver la ciudad como un océano de luces. Encendió solo una lámpara, dejando que la penumbra envolviera el lugar. Julia se detuvo en el umbral, insegura.
—¿Por qué me trajiste aquí? —preg